jueves, 22 de marzo de 2007

EL FACTOR DE LA GOBERNABILIDAD


ara ejemplificar el significado del gobierno, como término de usos múltiples que ha adquirido connotaciones incluso contradictorias; los griegos antiguos utilizaban la metáfora de la nave que requería de un timón manejado con pericia y experiencia para llegar a un destino propuesto.

Los atributos que se derivaban eran: la firmeza en la conducción para no perder el rumbo ante las contingencias propias de hacerse a la mar, -que aunque vasta y seductora, no podía imponerse en su belleza y misterio al derrotero trazado- así como, las condiciones elementales que presuponían que todos los embarcados estaban concientes de los riesgos inherentes a la travesía y que debían confiar lo suficiente para suponer que los del mando sabrían sortearlos, porque en todos, la coincidencia de llegar al destino propuesto era invariable.

El sentido del periplo, su incuestionable trayecto a puerto seguro, embargaba la voluntad de la tripulación y de los pasajeros. Las adversidades que ocurriesen podrían cambiar el curso por ser externas y amenazantes, como las tempestades o los ataques enemigos, pero se les ubicaba ajenas y evidentemente promotoras indirectas de cohesiónar más a los navegantes en el proyecto de proseguir el fin.




La nave de suyo era garantía del interés por no trocar los objetivos básicos; las ocurrencias de cambiar el rumbo o insistir en experimentar en otros lugares no previstos, a menos que fuera un viaje exploratorio, no tenían lugar. Los caprichos y las excentricidades perdían su efecto, desestabilizar el plan de navegación era severamente castigado, el amotinamiento, es decir, el cuestionar a la autoridad del mando de la embarcación se castigaba con la vida misma.

La metáfora es abundante en opciones analíticas, pero el hecho de gobernar tanto la nave como a sus tripulantes sigue siendo el punto de reflexión hoy en día. No ha perdido vigencia porque la empresa colectiva del estado es una acumulación de acciones que requieren la cohesión básica que define el rumbo.

La nave griega como el estado moderno requieren una dirección confirmada por los involucrados, los riesgos de perder la brújula o el sentido de orientación política revisten de gravedad. El trabajo de sostener el trayecto no es sencillo y supone pulso y determinación, conocimiento de los océanos y de las rutas por entre los escollos y barreras.

El buen gobierno debe reconocer obviamente sus limitaciones incontrolables, tampoco se puede desconocer que el contexto de la aventura marina llega a sobrepasar las habilidades y las disciplinas del buen timón. Porque es evidente que los mares eran y son ingobernables humanamente hablando; pertenecen a otros mandos o resortes, tanto de la naturaleza como de su Creador. Con mucho, el hombre queda rebasado. Lo que está en juego es controlar la nave no el mar.

Así, el gobierno de un estado tiene en términos de la realidad social y del sistema de poder mundial que incluye su globalidad económica y financiera, acotaciones definidas, pensar lo contrario no sólo es falso sino presupone ambiciones de engaño y de manipulación ocultas.

Las tiranías son las que aspiran en el discurso a manejarlo todo y con ello justifican el mantenimiento bajo control central y omnímodo de sus designios y consecuencias, pretenden que nada escape a su conocimiento y decisión, hacen sentir falsamente a la población que aún los mares más embravecidos no escapan a sus capacidades operativas, como sucediera en la Alemania nazi o en la URSS, que se siginificaron en el establecimiento de un esfuerzo mitológico para que el gobierno se confunda más que con un sistema de racionalidades y creencias, en uno donde sólo las creencias sobredimensionadas del humanismo ramplón imponen sus criterios y revelan que se sustentan con limitación al afán de subordinar en sus totalizaciones a los demás.

Que la nave zarpe o no. Éste anclada a la mitad del mar o llegando a puerto, lejos de ser realidades contrapuestas para el autoritario, son matices de su percepción que fuerza a interpretar a la luz de sus ensoñaciones o traumas y que las disocia de las responsabilidades contraidas antes de partir al rumbo propuesto.

Por eso los gobiernos que se fincan en el autoritarismo son proclives a elaborar catarsis de una imaginería imprecisa, sin datos, con componentes maniqueos insolubles, mostrando imagenes insuperables de la maliginidad de los enemigos y adversarios del poder personal del tirano.

Y eso es lo que permite reflexionar porqué la metáfora de los antiguos griegos sigue siendo válida, porque en horas que se suponía anacrónicas para los autoritarismos, todo indica que se quiere instaurar sistémicamente la tiranía tropicalizada, la que parece ya está en movimiento como paradigma estructurado desde la hegemonía para la llamada América latina; en la que los redentores del pueblo lejos de asumir el papel constructivo del gobierno, el afianzamiento de la dirección de la nave estatal, vuelcan sus objetivos a la segregación de las fuerzas económicas y sociales propias y dejando el campo abierto a los determinantes de la economía-mundo, desgajan las grandes metas, y coartan las posibilidades de la elaboración de una cultura política factible, una que desconsidere definitivamente que para la región las únicas alternativas son las que se desprenden de las culturas castrenses o de las marginalidades precivilizatorias.

El aprendizaje de los últimos años debiera develar a los ciudadanos hemisféricos, que no es posible seguir transitando en sistemas de mando unipersonal y arbitrario; que los modelos desgastantes Castro-Pinochet, son extemporáneos y los híbridos que combinan ambas aberraciones, mutiplican los daños colectivos que se tornan descomunales y de consecuencias históricas. Lamentablemente gran parte de su asechanza modélica se afianza porque todavía hay quienes tiene confusión con la sencillez y profundidad que implica entender la palabra gobierno.