domingo, 13 de mayo de 2007

LA GOBERNABILIDAD PERDIDA II


... y haces que sean los hombres
como los peces del mar, como reptiles
que no tienen quien los gobierne ?
Habacuc I, XIV
Para muchos de los que todavía se aferran a alguna plataforma de opinión, el viejo modelo con toda su parafernalia mitológica en la que se ensalzaban las virtudes exageradas del nacionalismo revolucionario fue el último sistema gubernativo, que operó con aparente eficacia en México.

La ocurrencia la despliegan quienes derivan que las dificultades del manejo del país se deben a la falta de experiencia de los actuales gobernantes en las prácticas, según esto, útiles del mando abusivo y por la observancia innecesaria de leyes y derechos humanos engorrosos, aunque paradójicamente, en la misma argucia, critican que la acción decidida para combatir flagelos como el narcotráfico sea con todo el rigor que el caso amerita, recomendando sin calidad moral ésta deba ser conducida por senderos menos drásticos que los que ponderan la fuerza del estado en la defensa de su supervivencia.

Se afirma en las sobremesas de los otrora operadores, que los mecanismos de amenazas cumplidas y la suerte que ponían en vilo las vidas de los disidentes y opositores deben ser recatalogadas para que de una vez por todas se acabe el desastre de la democracia y regresen los tiranos embozados en el tricolor cual salvadores de la patria, ávida de benefactores, que los convenencieros califican sin rubor de desinteresados.

En los exabruptos se delata un desprecio por la democracia porque no fue lo que se imaginaron y la verdad de su falibilidad humana les ha decepcionado. Los desplazados no alcanzan a comprender el rechazo reiterado de los votantes; y como no han sido llamados, porque en su prepotencia de la que no despiertan, soñaban que serían convocados para ser redescubiertos por sus sobrevalorados talentos, le tunden a la democracia y pretenden en vano ridiculizarla.

La frustración explica como común denominador la ignorante y peregrina idea que el sistema democrático era perfecto, una panacea pues; y que a partir del cambio del 2000 todo iba a ser el mundo feliz y que los del mando llenos de legitimidad, que según los rumores los del vetusto sistema prepararon, abordarían la nueva nave democrática para que los herederos sin méritos de los viejos autoritarios, les dictaran sus disposiciones retorcidas en el más puro estilo de Lampedussa.

Muchos creyeron que así se operaría, máxime que personajes cercanos a Fox defeccionaron y aceptaron el modelo caduco como algo ineludible. La tranza y el cochupo en realidad, lejos de ser demolidos se convirtieron en un callado paradigma apetecible. La tendencia de algunos cercanos al poder formal ganó terreno y siguieron las consignas camerales, las aprobatorias fast track de disposiciones fiscales, del servicio profesional de carrera o las disposiciones para comunicaciones electrónicas. Todas sin suficiente discusión y por lo mismo abortivas de los intereses de transformación sistémica.

Las compras y los contratos ventajosos siguieron su curso, las obras faraónicas de medio pelo y extemporáneas; así como la estructuración del instituto electoral con tipos inútiles, faltos de experiencia democrática, de conocimientos de la política, y además a tono con el viejo sistema, carentes de carácter.

Se puede decir que lamentablemente con el arribo del milenio y de la democracia electoral, la fuerza cultural del viejo sistema prevaleció en gran parte, privó la confusión y con la peor frase que tuviera algún presidente, Fox abdicó de gobernar explícitamente, cuando en el contexto del caso oaxaqueño, con meridiana ingenuidad, ante la presión de los acontecimientos y la insistencia de sus colaboradores a retomar el orden, dijo que la violencia ni legítima la aceptaba; haciendo removerse desde sus tumbas a los clásicos, a Hobbes, a Bodino, a Locke, al mal interpretado Maquiavelo, a Max Weber y a todos los teóricos y estudiosos del estado.

Con ese golpe a los principios básicos de gobierno, Vicente Fox ratificó, su profesión pública de fe publirrelacionista y su desconocimiento total de las funciones depositadas. Atenco y otros pasajes como antecedentes de pifias mayores, explican el criterio prevaleciente de un profesional de las ventas y las relaciones públicas que no le entendió a la política y mucho menos al gobierno.

Esas palabras que hubieran escandalizado a la sociedad política de cualquier país serio, ni siquiera alcanzaron un comentario de parte del tan temido círculo rojo, porque en el fondo de su burocratizada y engañada alma, tal parecía que lo declarado se conjugaba a la perfección con lo que todos querían: ningún orden jurídico o político por encima de los arreglos bajo la mesa, so pena de satanizar la acción pública.

Pero esos hechos y los entornos del silencio que alentaron los disparates del año pasado, como el de López Obrador mandando al diablo a las instituciones. casi no fueron debidamente advertidos; porque como los dislates de los pobres ciudadanos que no saben llenar los documentos de las casillas, por su pasado educativo en manos del sindicato, y que tuvieron que aguantar improperios del perredista, no son registros para Ripley, sino conductas colectivas condicionadas para rechazar toda idea de organización y toda formación civilizatoria.

Porque en efecto el llamado nacionalismo revolucionario privó a los ciudadanos de mecanismos de reacción lógica y de aproximaciones a la verdad social. Como religión de estado, la ideología en marras, lejos de estructurar un esquema gubernamental operativo eficaz, como creen los aduladores del pasado, reproducía una serie de leyendas y mitos para sostenerse con la inmensa ilegitimidad que le acompañaba.

El retraso mental de 70 años que produjo el presidencialismo de control verticalizado; sistema reputado por la ignorancia irresponsable y el proyecto pernicioso de anular una cabal ciudadanía, se ha prestado para ponderar una serie de operaciones arbitrarias y ocurrentemente coyunturales que introducía la burocracia; y que no tienen correspondencia con cualesquier doctrina política aceptada. Su pervivencia se sostuvo porque no había una idea que la cuestionara con éxito, porque cualquier voz que alertara las graves consecuencias de obrar irreflexivamente, era adjetivada como impropia, políticamente incorrecta y si empezaba a captar la atención, se le restaba credibilidad bajo el epíteto de antipatriótica.

Por eso todavía ahora los analistas televisivos no pueden escapar de esas rutinas carcelarias a la racionalidad política. Sigue siendo objeto de desconfianza cualquier tipo de pensamiento más actualizado y vigente en la globalidad. Así los que se sentían y se sienten formadores de la opinión les era y les es más cómodo aceptar este cretinismo político; producto natural del nacionalismo revolucionario, que se basa en descalificar todo lo que no se parezca al autoritarismo como fuente de poder y acción, donde no hay más responsables que un jefe al que se le debe todo o nada, sin términos medios conciliatorios y menos participativos; que intentar exponer otras salidas menos envilecedoras y deterministas.

Esa forma tan arraigada de contrapropuesta histórica, la del hombre fuerte, por supuesto que no es una inclinación que abastece los apetitos de poder con exclusividad de los protagonistas del primer nivel de las burocracias, o de los entornos mediáticos; porque si así fuera, la megalomanía sería objeto de crítica deconstructiva y por efecto de una propuesta reconstructiva, incluso por parte de los legitimadores oficiales y oficiosos de los sistemas autocráticos; simplemente por autodefensa política; pero por el contrario, la cultura política vigente ha confirmado con los hechos cotidianos que el autoritarismo es una sacralización que a pesar de ser distante con la verdad de su éxito- aún en el que se cantaba en la era de las glorias pasajeras del arribo de la revolución hecha institucionalidad- se le reconoce infalibilidad al desconocerse su operación real, lo que se comprende porque sus medidas comparativas son pobres por autorreferentes y las ideas que lo sustentan se apalancan en sistemas torcidos de interpretación infantil de la política y la sociedad.

Para creer que lo que se necesita es un hombre fuerte no un liderazgo legitimado con limitaciones temporales y de competencia, se necesita una fe inquebrantable en los tiranos en que al fin se acordaron del pueblo y nunca una actitud conciente que examine con racionalidad sus formas y el fondo de sus motivaciones. El viejo sistema recurrió al engaño colectivo haciendo creer a la población que era imprescindible un autócrata por la unicidad del país, como piedra angular de su filosofía barata. Una especie en correspondencia con la trama elaborada ex profeso, carente de elementos analíticos, que ponen de relieve la excepcionalidad de los mexicanos en el orbe.

La visión convertida en ideología aldeana, como excluye los costos inherentes a tan altos propósitos nacionales, pervierte, debido a la carencia de un proyecto verdadero, la intención de la grandeza de su esbozo de destino, meta a la que se impone se debe aspirar, y de esta manera, se fuerza que el destino imaginario, sea contrario al manifiesto, para continuar con la falsa tesis de la originalidad de los mexicanos; al grado de hacer de lo ilógico su principal mecánica de validación histórica y en un posicionamiento bizarro, recrear incesantemente alegorías a la derrota, a la pobreza, al desorden o a cualquier picardía para competir en los antivalores propuestos en el disparate.

Los vencidos son los buenos y los vencedores los malos; pudimos ser, pero los españoles lo impidieron, todos se confabulan contra nosotros y nos ganan; quien sabe que pasa pero no triunfamos en deportes o en la ciencia; queremos orden, pero que no les pase nada a los pobrecitos delincuentes; la educación básica no enseña las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética a cabalidad, ni a leer o escribir, pero tenemos el sindicato más grande del mundo; el centro histórico es un muladar, pero rompemos record de encuerarnos y adoptar docilmente las instrucciones del fotógrafo güero, maravillado por el grado de domesticación para postrarse supinamente y olfatearle los humores al vecino. Que los buenos sean vigilados en sus obligaciones y que los malos arreglen sus cuentas como quieran. Los excedentes petroleros de más de 400 mil millones de pesos del año pasado, no dejaron huella, pero el aborto hay que discutirlo hasta el cansancio, pero como es asunto delicado no debe ser consultado a la ciudadanía.

Esa costumbre nefanda de seguir el ejemplo de Erostrato, el que no pudiendo destacar en nada, eligió incendiar en el año 365 a. de JC, el templo de Diana en Éfeso, para adquirir fama y por ello ser recordado en la posteridad, es la impronta de un sistema, el verticalizado priísta, que no pudo sacar hacia adelante a los mexicanos en ningún tema; y ante sus impotencias instauró los antiobjetivos que pretendían no resolver nada para nadie, llegar al nirvana de la inacción, para no correr el riesgo del fracaso; a los difíciles no gobernarlos, sino negociar facilidades mayores para engrosar sus patentes de corso; a las masas hacerlas dependientes y disuadir sus exigencias de convertirse en trabajadores con dignidad, trocándoles sus aspiraciones por las ventajas institucionales de hecerlos pedigüeños oficiales. Malformación mental de los autollamados políticos que se acostumbraron a sacar raja de una doctrina insalvalble inmersa en conclusiones fatalistas para el país, que dictó la norma superior de arrojarse a la negatividad en los proyectos con horizonte y de construcción lógicamente paulatina.

Una vez establecido el escollo histórico de la impotencia contumaz y excepcionalmente nacional como fin último de análisis, los del PRI, procedían dentro de ésta línea de distorsión, a limitarse únicamente a la actuación de su papel favorito: el de vividores para resolver la suerte propia; dado que el destino inviable, reducía las ambiciones a las personales, haciéndo gala del más insultante cinismo.

Por eso gobernaban desgobernando; creando y recreando rollos y programas para corromper a los habitantes del país, generando confusión y la divisa de ganancias de pescadores en el rió a propósito más revuelto, porque manipulaban los movimientos de secuaces, eufemísticamente denominados sociales. Universidades públicas para todos, aunque no hubiera profesores capacitados, ni empleos para el futuro de los así manipulados; beneficios para los santones de la especulación dela educación superior, que como la Universidad de la Ciudad de México, son simples escuelas de cuadros para la enseñanza formal de la desestabilización a cuenta del predial. Concesiones sin fin para las clases entonces de trabajadores, que con las prácticas de concertacesiones dejaron de serlo; tres días de las madres, bonos y festejos sin límite, plazas hereditarias, dobles negociaciones sindicales, las estatales y las federales; nuevos y más nuevos programas educativos como cambiarse de calzones; protección de las guerrillas internacionales; apoyo a los tiranos y represores como Castro, el más idolatrado: tolerancia a la colusión policíaca con el crimen organizado y clientelismo feudal sin más proyecto que prolongar las bajas condiciones de los excepcionales mexicanos.

Infinidad de programas sociales fallidos, cobros de supuestos apoyos al campo repartidos en las burocracias; tierras a los que necesitan ingresos y no tiene capital de inversión; deforestación sin vigilancia; promoción para adquirir desechos de vehículos extranjeros, en vez de proyectos de transporte; concesiones monopólicas sin riesgo para los beneficiarios; montañas de carteras vencidas de la banca de desarrollo incobrables; pensiones fabulosas par los privilegiados de las burocracias públicas; trato preferencial v.i.p. como se tratara de indigentes a los banqueros ineficientes y defraudadores, cargando al pueblo las ideas geniales de solución hipermillonaria ficticia; obsequio de las paraestatales sin ni siquiera un compromiso con México delos beneficiarios: concesión de facto de la inversión urbana histórica a los lideres corruptos del ambulantaje; ferias de prerrogativas, concesiones de partidos políticos de un solo hombre o una sola mujer; dinero a manos llenas a las televisoras para fines electorales sin contenido; creación de burocracias privilegiadas por sexenio, proyectos para satisfacer egolatrías sin alternativas de extinción; y miles y miles de intentos del nacionalismo revolucionario y sus jefes burocráticos por desgobernar y derruir lo poco que se iba realizando con esfuerzo y verdadero sentido de moral pública.

Por eso la preocupación de que se esmeren los priístas en aliarse comedidamente al presidente Calderón, embozados con diferentes disfraces de jarochos, de indias tlaxcaltecas o de dictadorzuelos centroamericanos como Ulises Ruíz; todos, según su estilo, tratando de sorprender utilizando la palabra negociación, que no conocen, para congraciarse aparentando lo nunca serán, porque por más folklóricos que se presenten, ellos y sus engendros: los niños verdes, los alternativos, petistas y convergentes, nada tiene que ver ni con la democracia, ni con autoapelativos de políticos. El PRI y su sistema nunca permitieron que hubiera políticos; de hecho, es el grupo que más detestan.

Todos los que operaron el sistema anterior son burócratas peyorativamente hablando,su origen de mando y rendición de cuentas fue piramidal, nunca a la base, jamás al pueblo. Huraños, mal educados, despóticos, sectarios, amafiados en grupos de comunes complicidades, sin voluntad propia, hechos a la consigna que llamaban línea, desprovistos de cortesía y modales civilizados, renegados de su clase y de sus oscuros e inconfesables orígenes; retraídos, sin devolver comunicaciones, haciéndose los deseados e importantes, amantes de la superficialidad y carentes de una teoría política, expertos en lugares comunes y anécdotas intrascendentes, los priístas empobrecidos todavía más sin el apoyo de las tecnocracias improvisadas, pletóricos de las osadías que regala la ignorancia y la desubicación, se envalentonan a mencionar siquiera que saben de gobierno, fanfarronada que nunca plantearon siquiera en su condición de esclavitud mental hacia su jefe supremo.

Sorprendentemente no hay autocensura y todo es jactancia. En esta etapa compleja y de urgente solución para detener el desbarajuste nacional que ellos provocaron, pretenden venderse como la solución final...

domingo, 6 de mayo de 2007

LA GOBERNABILIDAD PERDIDA







Las voces del pasado piensan que la gobernabilidad puede encontrarse en la reestructuración del poder perdido, en sus nostálgicos y frustrados sueños políticos, aducen que es una decisión de la voluntad de los gobernantes recuperar el sentido del orden y que las fórmulas de la astucia que se asocian a las operaciones del mando, son los ingredientes exclusivos para que todo vuelva a normalidad.

Nada más alejado de la realidad puede ser pretender encontrar en los vestigios de un sistema en descomposición e inexistente operativamente los fundamentos de la reconstrucción nacional; por lo que propugnar por una estrategia regresiva de esa índole para rearmar las fórmulas desgastadas del sistema premilenario es poco menos que imposible. El tiempo que es el factor indispensable que integra junto con los hechos, la historia, desmiente tales falacias que intentan hacer retroceder un proceso andado o mal andado pero en movimiento que es la democracia.

El sistema autoritario que los redentores del caos sugieren como solución era uno que ahora en su carácter de promotores de lo vetusto, sólo conocieron en sus beneficios personales; uno que operaron parcialmente con la mayor parte de las herramientas que utilizan las dictaduras, las de la arbitrariedad y de la genuflexión a los caprichos irreflexivos de los autócratas. Pero en todo caso un sistema del que no dan cuenta de su diseño y operación global.

Para entrar en materia hay que definir por principio que la autonombrada clase política mexicana que dominó el país era una mezcla de burocracias con un solo jefe, una pirámide manufacturada a partir del surgimiento del sistema político que se pactó después de la purga a Obregón. Sus modificaciones y su esencia desmovilizadora de la política y de la sociedad mexicana, únicamente la comprenden los defensores del pasado en el contexto de la desinformación, que hoy por hoy conforma las entrañas de la historia oficial, la versión ficticia que el mismo sistema creó con sumo cuidado y preservando el efecto manipulador del largo plazo, a través de mitos, exageraciones, verdades a medias, muchas lagunas, silencios de lo esencial y omisiones de las verdaderas motivaciones que explicaran los hechos o sus consecuencias.

La ignorancia social maestra de la práctica reiterada de acumular seguidores persistentes en el esfuerzo por desposeer conciencias, ha sido la divisa mental inexpresable que ha guiado a los pretendidamente políticos de las camarillas del pasado para insistir en que la democracia ya fracasó y que antes bajo la era del paternalismo-populismo-empequeñecedor se vivía mejor, sin sobresaltos, sin narcoviolencia y sin paros locos que desquician la vida cotidiana.

En la tenebra antes terreno monopólico de la insidia conspirativa, los viejos priístas y sus corifeos rumian sus consignas para regresar al mundo de la impunidad que tantas satisfacciones les ha dejado; un espacio de abuso sin límite, con todos los excesos, un lugar sagrado donde no se tenía que rendir cuentas a nadie, únicamente al jefe, al burócrata del escalafón superior inmediato, que literalmente podía disponer de la vida de sus subordinados y todos en conjunto, coincidían en el culto al demiurgo del poder nacional: al presidente, que por sus atributos metahumanos sobredeterminada las vidas privadas y toda la religión elaborada para dar coherencia al ejercicio público, que no encontraba compatibilidad con las reglas y el quehacer cotidiano.

Olvidan quienes escuchan los cantos de sirenas y fomentan la alianza con el pretérito, que la divisa del poder priísta era vulnerar consuetudinariamente el régimen de libertades que decía enarbolar. Que no había opciones para el ejercicio político fuera del PRI, que las represalias por pensar de manera crítica eran el descrédito y el obstáculo para el ascenso justo; que cualquier propuesta para reformar el sistema en menoscabo de los privilegios adquiridos o por adquirir, era juzgada como insanía mental; el esfuerzo y el talento sólo adquirían valor cuando el padrinazgo así lo determinaba: con obviedad en el parámetro de la despersonalización.




En el sistema que muchos añoran no había individuos, todos absolutamente todos los que participaban, eran identificados por su pertenencia al grupo, pero más que eso, como posesión de las camarillas, la de Don Fidel, la de Don Fernando o la de Don Luis. A los que participaban se les mimetizaba como gente del burócrata sobresaliente (por su cercanía al demiurgo), y por una lógica supina se les demandaba fidelidad perruna, lo que además se exigía fuera proclamado; porque había que dar muestras permanentes de ser y parecer, so pena de no existir en el mapa de las ubicaciones de las ventajas colaterales del sistema, que en los últimos años se convirtieron en la principal fuente de disputas.

Lo más que podían aspirar los de tímidas independencias era que se les asignara un papel en las crisis, como elementos preconcebidos de desecho para los trabajos de riesgo; incluso para aquéllos que se relacionaban con lo que directa y propiamente era gobernar, verbo, que por cierto, tenía otras acepciones, algunas inverosímiles, lejanas a la verdadera, por lo que se llegó a decir que gobernar era poblar, en una suerte forzada de jugar con los elementos de la teoría estado de Kelsen, para confluir con el pretexto de justificar la numerosa familia de Echeverría.

Gobernar en su sentido prístino: premiar al que bien hace y castigar al que mal hace, no se consideraba y todavía no se considera, un oficio reputado, los que se metían en esa especie desprestigiada por los vivillos, corrían la suerte de los tipos incómodos y políticamente incorrectos.

Gobernar más bien era una de las habilidades públicas que conceptualmente, cobraba expresión a nivel de la enciclopedia priísta de las cosas que nunca existieron; castigar a los malhechores o sancionar la corrupción era una torpeza en esa lógica bizarra en boga. Y cuando a juicio de la cúspide había la extrema necesidad de hacerlo, el sujeto que se prestaba a su ejercicio con debida legalidad, caía a los sótanos de los políticamente marginados, porque la práctica se calificaba como trabajo sucio.
Así los tontos útiles tenían socarronamente la fortuna de jugar la ruleta rusa de someter levantiscos sin corromperles; resolver situaciones conflictivas sin atribuciones y negociar lo innegociable, el mérito no tenía inscripción en lo institucional, se manejaba todo en corto, como si fuesen favores especiales para ganar la confianza de los jefes; por si fuera poco, los utilizados eran conminados mecánicamente a no mencionar sus aciertos y si acaso obtenían el éxito a pesar de las adversidades, el fuego amigo les denostaba hasta la burla, que castigaba acremente la creencia en el buen gobierno. De este modo se reducía el número de espontáneos y se instauraba el clima para que desistieran de una experiencia reservada para los ingenuos y para que los atrevidos perdieran las escasas oportunidades que no interesaban a la corte o los cómplices.

Esas conductas del viejo sistema lo distanciaron insalvablemente del gobierno, del verdadero sentido de gobernar. Para los filósofos del régimen caído, para los analistas televisivos el verdadero político debía dar, ser generoso con la masa, hacer derroche de lo que no era suyo, inventar planes y programas, para que en la dinámica de las ocurrencias surgieran acuerdos, convenios, contratos y leyes, hasta artículos constitucionales, dependencias y clientelas que ahora son un dolor de cabeza, y que sólo pueden explicarse en el mundo fantástico del derroche y del endeudamiento.

Lo que realmente estaba en disputa para los efebos del priismo: eran las oficinas de las dádivas institucionales, los despachos bien remunerados como los de las empresas públicas o la banca oficial y tantas dependencias inútiles que sin sobresaltos, con alguna actividad adjetiva o de apoyo entronizaban el procedimiento repetitivo.

El corporativismo era intocable, los señores feudales del sindicalismo y los empresarios favorecidos, salían de los parámetros vulgares de la ley. Los izquierdistas por el conjuro de autonombrarse como tales, eran objeto de mimos para buscar que fueran incorporados a algún nicho sagrado de la cultura improductiva; con paciencia se fincaba la esperanza que los reticentes o sus familiares cayeran en desgracia delictiva para que el poder verticalizado mostrara su chantaje envuelto en generosidad.

Los últimos años del priísmo fueron un constante brío por pervertir el concepto de gobierno, se premiaba al que mal hacía y se castigaba al ciudadano que cumplía con sus responsabilidades. De hecho la impronta tergiversada continúa por esa pendiente inmoral.

Los ciudadanos que pagan impuestos que respetan las disposiciones, los que pretenden para sus hijos clases diarias y se esfuerzan por pagar sistemas privados con orden elemental, los que no piden dádivas, los que asumen sus cargos en las mesas electorales, los que creen que el trabajo es el medio para resolver las necesidades cotidianas son los que cargan con el peso y con los costos del sistema que les otorga con su desdén y desconsideración política, diariamente un certificado de tontos.

Millones de mexicanos son tratados de esa manera injusta por los burócratas que organizan el ambulantaje fuente de inmensas corrupciones; la evasión de impuestos de corporativistas y empresarios listos; a los monopolistas que sujetan a sus reglas las libertades ciudadanas; a los narcotraficantes y pederastas, a los líderes de la simulación del asistencialismo público y a los sindicatos intransigentes apoderados de la luz o la educación, quienes son premiados por muchas autoridades a través de canonjías, cargos, exenciones, atenciones y admiración.

Por eso y no por otra cosa, se perdió la gobernabilidad y no se puede encontrar...


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