martes, 26 de junio de 2007

EL PENSAMIENTO POLÍTICO CRISTIANO EN UNA DEMOCRACIA PLENA



Adolfo García de la Sienra *

1. Religión y democracia
Es
fundamento y condición necesaria de la democracia política la plena libertad religiosa. Esta proposición se comprueba porque “los principios políticos fundamentales de un partido son dependientes de una cosmovisión práctica común” (Dooyeweerd 1984c:613) y ésta, a su vez, es dependiente de determinados motivos religiosos:

Una creencia política común que se concentra en las cuestiones últimas concernientes al origen y la meta final de la institución del estado, de la autoridad de un gobierno y de la libertad del hombre, es sin duda de gran importancia para la unidad interna de un partido. Pero no puede ser su función cualificadora. Y sólo puede ser de un carácter
realmente político si está directa o indirectamente relacionada con los principios políticos prácticos del partido. . . . Pero ello no niega el hecho de que los fundamentos de cualquier perspectiva teórica o práctica del estado, su lugar en el orden social, su tarea política y su competencia, etcétera, sean dependientes de un motivo religioso básico. . . . es sólo la competencia última entre los motivos religiosos básicos lo que puede dar a la lucha política entre los diferentes partidos su significado
e inspiración finales. (Dooyeweerd 1984c:613-614).

Para ilustrar estas tesis, considérense como ejemplo las concepciones del hombre que animan a los diferentes partidos. Para un partido liberal clásico, el hombre es ante todo un individuo que entra en relaciones contractuales con otros individuos para formar instituciones sociales; para un partido inspirado en la doctrina social cristiana, el hombre es una persona que nace y vive siempre en comunidades naturales como la familia. Claramente, las antropologías filosóficas que subyacen a estas ideas están inspiradas y enraizadas en motivos religiosos muy diferentes entre sí, y conducen a políticas y recomendaciones legislativas encontradas.

El actual sistema de partidos políticos de México no es una excepción a la regla de que es sólo la competencia última entre los motivos religiosos básicos lo que puede dar a la lucha política entre los diferentes partidos su significado e inspiración finales, si bien esta competencia se ha visto oscurecida por las premuras coyunturales. En efecto: sólo los partidos pueden servir como vehículos de la sociedad civil para expresar las convicciones acerca de la vida social y política con el objeto de llevarlas a la práctica de
gobierno.

Creo que el llamado en la hora presente debe ser a delinear con mayor precisión las posiciones políticas de los diferentes motivos religiosos que se expresan en México. La pregunta es si los cristianos en general pueden llegar a encontrar un espacio en el que se exprese de manera congruente una filosofía política acorde con el motivo religioso cristiano. Creo que tanto la historia de Occidente como el contenido lógico de la doctrina social cristiana apuntan hacia una respuesta afirmativa, pero la inclusión de todos los cristianos requeriría un gran compromiso por parte de todos. Para un tratamiento sistemático del concepto de motivo religioso básico, véase Dooyeweerd (1998) con el pluralismo religioso intracristiano. La verdad es que —hasta el momento— los cristianos mexicanos están en general reprobados en esta asignatura. Con el objeto de propugnar el ecumenismo cristiano político, quisiera hacer una breve mención de la historia religiosa y política de Occidente, México incluído, así como de la historia y contenido de la doctrina social cristiana.
2. La historia religioso-política de Occidente

Las
llamadas “guerras de religión” que tuvieron lugar en Europa en los siglos XVI y XVII, como la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en las que el catolicismo romano y el protestantismo se disputaron el control de los territorios de los reinos, tenían una raíz estructural muy antigua. Su origen se remonta a la clásica concepción romana de una “teología civil” como factor esencial de la unidad política del imperio. La teología civil —reseña San Agustín citando a Varrón— es la que: En las ciudades los ciudadanos, con especialidad los sacerdotes, deben saber y administrar, en [la] cual se incluye qué dioses deben adorarse y reverenciar públicamente, qué ritos y sacrificios es razón que cada uno les ofrezca. (San Agustín, La ciudad de Dios, p. 135).



La adoración y reverencia a los dioses oficiales del Imperio había sido establecida como obligatoria bajo pena de muerte, pues se pensaba que el vigor y potencia del Imperio, basados en su unidad política y militar, dependían de la misma. Este axioma político—el cual podríamos denominar el Axioma de la Homogeneidad Religiosa (AHR)—prevaleció incluso después de que el paganismo había sido sustituido con el cristianismo, proceso que se estima concluido en el reinado de Teodosio I (379-395 AD). Este axioma ciertamente fue uno de los principios organizadores del Imperio de
Carlomagno y prevaleció durante toda la Edad Media como principio unificador del Sacro Imperio Romano Germánico. La quema de herejes en el Sacro Imperio era un precepto que había sido consagrado ya en el antiguo Derecho Romano, el cual se llegó a aplicar contra los cristianos cuando el Imperio Romano estaba todavía dominado por la teología civil pagana.

Las quemas de protestantes en los autos de fe del siglo XVI se enmarcaban dentro de esta tradición, y es dentro de la misma que las autoridades civiles de la Ginebra de Calvino condenaron a la hoguera a Miguel Serveto. Después de casi un siglo de guerra, que devastara sobre todo el territorio de Alemania, y cuya última etapa fue la llamada Guerra de los Treinta Años, en 1648 la Paz de Westfalia mantuvo el AHR en Europa Occidental con la distribución de los territorios a las iglesias Católica Romana, Luterana, Reformada (Calvinista) y Anglicana, bajo la regla cuius regio eius religio (Figura 1), por lo que el AHR no fue efectivamente desechado hasta que el humanismo secular hubo tomado el liderazgo político y cultural de Occidente, frente a la manifiesta incapacidad de los cristianos para producir un sistema político viable que superara sus antagonismos.

El derrumbe del AHR—el cual se debe en buena medida al humanismo secular en su variante liberal clásica— es un beneficio para todos y en particular para las iglesias cristianas. Pues, una vez que ha desaparecido la pugna territorial, ha desaparecido con ella también la causa principal de los enfrentamientos, dando lugar ahora a nuevos horizontes de respeto y colaboración.

Mucho después de que el liberalismo en Europa había ya socavado irreversiblemente
el AHR, éste mismo y la estructura de la Paz de Westfalia siguieron vigentes en las colonias españolas de América hasta mediados del siglo XIX. En particular, la Logia Escocesa mexicana defendió el AHR contra la Logia Yorkina, lo cual constituyó uno de los principales motivos de la Guerra de Reforma. Es cierto, por lo demás, que el catolicismo romano en México y en Europa (al igual que el calvinismo en Europa) se encontraba en una actitud francamente reaccionaria contra la Revolución Francesa y el liberalismo clásico por ese entonces. El triunfo de los liberales desbancó, efectivamente, el AHR también en México. Desde la Revolución Francesa hasta fines del siglo XIX las fuerzas cristianas estuvieron en desbandada, incapacitadas para ofrecer una respuesta viable y coherente a la marejada humanista secular. No fue sino hasta después de la primera mitad de ese siglo que tanto en el campo católico como en el protestante empezó a surgir un pensamiento político adecuado a la época moderna.

Así, hacia mediados del siglo XIX se repetía en México la situación político militar que había precedido a la Paz deWestfalia. Sólo que, mientras que en Europa ya el cristianismo había perdido enteramente el liderazgo político y cultural, y se hallaba más bien en desbandada ante el impetuoso avance de la Revolución, aquí todavía se dirimía el carácter que habría de asumir el estado mexicano. El triunfo de la República marca el fin de la Paz de Westfalia también en México y el orto del liderazgo religioso del humanismo secular en su forma liberal clásica.







3. Historia y contenido de la doctrina social cristiana

El
pensamiento político cristiano para la modernidad ya había empezado a ser construido desde el mismo siglo XVI. A raíz de la destrucción del Sacro Imperio y la consiguiente destrucción de la autoridad del Emperador y del Derecho Romano, consumadas en 1648, surgió el problema de dotar de nuevos fundamentos al derecho. En esta época también estaban apareciendo los teóricos absolutistas del estado, como Bodino, quienes atribuían una autoridad prácticamente ilimitada a los monarcas de los nuevos estados nacionales. Es en esta circunstancia que el pensador católico español Fernando Vásquez de Menchaca (1512-1589) se propuso la tarea de defender una convicción que debe unir a todos los cristianos sin distinción, a saber, la de la existencia de un orden normativo suprarbitrario cuyo origen no es el estado, sino que está basado en principios inmutables derivados de la naturaleza humana, la cual es imagen y semejanza de Dios. Estos derechos naturales incluyen la libertad natural y la igualdad de todos los hombres, y constituyen el fundamento de su tratado Controversiæ illustres, donde también se sientan las bases de una idea cristiana de la soberanía popular, del Estado de Derecho, y donde se niega la concepción organicista del estado. Otro jurista español importante fue Diego Covarrubias y Leyva (1512-1577), quien hizo contribuciones importantes a la teoría de la soberanía popular, argumentando que los derechos de soberanía del pueblo son inalienables.

El principal continuador de las doctrinas políticas de Vásquez y Covarrubias fue el calvinista Juan Altusio (1586-1638), en su importante tratado Politica methodice digesta, escrito en 1603. Partiendo de los resultados alcanzados por los doctores católicos salmantinos y el calvinista Lambert Daneau, y en abierta y consciente oposición a las doctrinas humanistas en boga, Altusio introdujo la idea de que el rex o gobernante no es más que un administrador y mandatario, cuyos poderes están sujetos a la ley natural. Así, Altusio introdujo la idea de constitución fundamental, a la cual debe ceñirse no sólo el gobernante, sino también el pueblo. Esto, desde luego, significa que el concepto cristiano de soberanía popular es totalmente diferente del que ha estado en boga en los países y círculos humanistas seculares. A diferencia de lo que enseña Rousseau —cuya doctrina constituye el fundamento del populismo— tanto Altusio como sus mentores católicos enseñaron que el pueblo está sujeto a la ley natural —vale decir la ley de Dios—y por lo tanto la constitución no puede ser el resultado de un mero consenso popular. Más bien, la constitución debe ser ella misma expresión de esa ley.

Al defender el federalismo consensual como forma idónea de organización política, Altusio le asignó un papel central a la ley. Pues está claro que en un sistema federal consensado el lazo de unión no puede ser la arbitrariedad de un soberano absoluto. Pero el lazo de unión tampoco puede ser la pura voluntad popular. La soberanía popular está también limitada por la ley de Dios, la cual hace explícito lo que la razón enseña al hombre en general (Romanos 2:15). Es tarea de los pueblos, a través de sus órganos legislativos, emitir leyes que expliquen la ley de Dios, la ley natural, y que la positiven acomodándola a las circunstancias históricas y locales en cada caso.

A través de la idea de federación Altusio introdujo también, por primera vez, la idea de subsidiariedad, sin usar este término para expresarla. Tuvieron que pasar casi tres siglos para que fuera retomada por pensadores cristianos para darle el carácter de idea fundamental. En el largo ínterin que va de 1603 a los escritos de Groen van Prinsterer y la encíclica Rerum novarum, el desarrollo del pensamiento político del cristianismo parece haberse detenido. Enconchados en sus respectivos territorios, y ante el cansancio de una Europa agotada y fastidiada con las pugnas religiosas, los cristianos vieron asombrados el poderoso ascenso del humanismo secular que se dio mediante el desarrollo de las ciencias, la apropiación ideológica de la física de Newton —la mecanización de la cosmovisión—y el desarrollo del capitalismo industrial. Hacia mediados del siglo XVIII era tal el desprestigio del cristianismo que a nadie se le hubiera ocurrido la posibilidad de proveer fundamentos cristianos al gobierno de los estados o la academia. La Revolución Francesa fue la culminaciónde un proceso de secularización abiertamente agresivo con los principios cristianos en todos los ámbitos.

Acorralados por la andanada político-ideológica de la Revolución, tanto los católicos como los calvinistas empezaron a reaccionar pero sin recurrir efectivamente al trabajo que ya habían desarrollado salmantinos y calvinistas siglos antes. Olvidando el trabajo de los salmantinos y de Altusio, en yugo desigual con el historicismo, los pensadores y estadistas cristianos del periodo de la Restauración no fueron capaces de entender el sentido religioso de este nuevo movimiento espiritual. Como dice Dooyeweerd (1998:193):

Lamentablemente, pensadores y estadistas cristianos líderes del periodo de la Restauración no percibieron el motivo básico humanista del nuevo movimiento espiritual. Tanto los pensadores catolicorromanos como los protestantes buscaron apoyo en el nuevo universalismo e historicismo en su batalla contra los principios de la Revolución francesa.

Pensadores catolicorromanos como Louis de Bonald [1754-1840], Joseph de Maistre [1753-1821], y Pierre Ballanche [1776-1847], encontraron inspiración en el nuevo movimiento humanista para glorificar la belleza mística de la sociedad medieval y denunciar el frío racionalismo e individualismo de la Revolución francesa. Aseveraron que la sociedad medieval había logrado realizar el verdadero ideal de la comunidad. La vida “natural”, formada orgánicamente en gremios y pueblos, estuvo cubierta por la comunidad “sobrenatural” de la iglesia, encabezada por el papa. Con estos pensadores, el modo histórico de pensar exhibió tendencias definidamente reaccionarias.

Aunque los protestantes rechazaban las características típicamente catolicorromanas de esta idea social reaccionaria, ellos también apelaron a las relaciones indiferenciadas de la sociedad feudal. Se hicieron aparentes aquí las tendencias contrarrevolucionarias que rechazaban la libertad civil legal y la igualdad, y la idea republicana del Estado,
como frutos del espíritu revolucionario.

Sin embargo, como vimos, las ideas de libertad e igualdad habían aparecido ya en el pensamiento de los salmantinos del siglo XVI. Estaban también las ideas democráticas de Calvino y—sobre todo—el planteamiento del Estado de Derecho y de monarquías constitucionales o repúblicas en Altusio. Ninguna de estas ideas es fruto originario del espíritu revolucionario, sino del Evangelio. Como denunciara el pensador calvinista holandés Guillermo Groen van Prinsterer (1801-1876), las idea revolucionaria de soberanía popular es una perversión de la idea cristiana. Así como lo son las ideas revolucionarias de libertad y democracia (ya vimos que la diferencia estriba en que la idea cristiana incluye la tesis de que el pueblo mismo está sujeto a la ley natural). En su gran obra Incredulidad y revolución Van Prinsterer denunció que el origen de las ideas revolucionarias se halla precisamente en el repudio del Evangelio y de la ley de Dios en aras de una supuesta libertad que no reconoce barreras. A partir de este texto el calvinismo retoma el camino de la filosofía política cristiana, dando lugar o solamente a una vigorosa escuela de pensamiento filosófico y político, sino también a instituciones que transformaron la historia de los Países Bajos.

Se debe a Van Prinsterer la primera articulación de las ideas antirrevolucionarias, la elaboración de un credo político protestante democrático aplicable a los asuntos públicos del mundo moderno. Sin embargo, su elaboración más detallada, pero sobre todo la cuidadosa vinculación de las complejidades de la vida pública de su país con los principios antirrevolucionarios, se debe al pastor, estadista, teólogo y periodista Abraham Kuyper (1837-1920). Algunos de estos principios son solamente aplicables a la circunstancia holandesa, pero otros de valor más general son por ejemplo los siguientes:
La fuente de la autoridad soberana se encuentra en Dios solamente y no en la voluntad del pueblo ni en la ley humana. El sentido cristiano de la soberanía popular consiste solamente en que el pueblo puede llamar a cuentas a su gobernante si éste se desvía de la ley natural convirtiéndose en un tirano, no en que la fuente del derecho sea la pura voluntad popular, el consenso, o los usos y costumbres.
• Incluso en el ámbito de la política el movimiento antirrevolucionario confiesa los principios eternos de la Palabra de Dios; la autoridad del estado está atada a las ordenanzas de Dios solamente en la conciencia de los oficiales públicos y no directamente, ni a través de los pronunciamientos de ninguna iglesia. Obviamente, afirmar la autoridad de Dios sobre el estado en estos términos no tiene nada que ver con la sujeción del estado a ninguna iglesia. En particular, al pretender aplicar los principios de la doctrina social católica a una situación determinada, una fuerza política no está por ello sometiendo al estado a pronunciamientos políticos de la Iglesia Católica, pues aquellos son principios doctrinarios generales cuya aplicación a las complejidades de la vida pública puede rebasar con mucho la competencia de pastores y obispos.
• En un estado cristiano, el gobierno [debe, entre otras cosas] . . . tratar igualitariamente a todas las iglesias, organizaciones religiosas y ciudadanos, independientemente de sus concepciones acerca de los asuntos eternos.

Una de las doctrinas más importantes producidas por Kuyper, desde un punto filosófico, es la de la soberanía de las esferas. Esta enseñanza constituye quizá la contribución más importante del protestantismo a la doctrina social cristiana. A grandes rasgos, la doctrina enseña que Dios ha fijado normas supraarbitrarias permanentes que rigen cada una de las diferentes esferas sociales y que solamente Cristo tiene toda la autoridad sobre cualquiera de ellas. Por lo tanto, ninguna deriva su existencia o autoridad de la existencia o autoridad de otra esfera, sea la estatal o cualquiera otra. Esta doctrina recibió una formulación filosófica amplia y rigurosa en la obra de Herman Dooyeweerd (1894-1977), discípulo de Kuyper (Dooyeweerd 1984a, 1984b, 1984c).

Mientras el calvinismo encontraba nuevamente su camino en manos de los pensadores y activistas holandeses, el papa León XIII publicaba su famosa encíclica Rerum novarum en 1891. Uno de los conceptos centrales de esta encíclica es el de subsidiariedad, aunque el término no aparece allí, como tampoco había aparecido en la obra de Altusio, quien sin embargo sugirió el concepto en relación con el federalismo. La primera formulación explícita aparece en Quadragesimo anno de Pío XI, en lo siguientes términos:. . . como es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y propia industria pueden realizar, para entregarlo a una comunidad, así también es injusto y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación del recto orden social, confiar a una sola sociedad mayor y más elevada lo que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores. Toda intervención de la sociedad debe por su naturaleza prestar auxilio a los miembros del cuerpo social, nunca absorberlos y destruirlos (56).


En Centesimus annus Juan Pablo II proveyó una caracterización del principio particularmente esclarecedora: Una estructura de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudar a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común (48).

El concepto de subsidiariedad es una de las grandes conquistas del pensamiento político cristiano, pero es cuestionable la idea de una jerarquía de comunidades “mayores y más elevadas”, al lado de otras “menores e inferiores”. En efecto: ¿es inferior la familia a la empresa o el estado a la iglesia? Es realmente difícil establecer criterios objetivos unívocos que permitan dirimir cuestiones como ésta. Por otro lado, la doctrina de la subsidiariedad no provee una teoría general de aquello que distingue a una esfera de otra. Pero es en la provisión de tal teoría donde reside la contribución específica del neocalvinismo. Como esta propuesta complementa la doctrina católica, Jonathan Chaplin (2005) sugiere que ésta y la doctrina social reformada son perfectamente compatibles. Es por ello que he hablado de “doctrina social cristiana” en general y no de “doctrina social católica”, pues la primera contribuye a la segunda igual que lo hace el
protestantismo reformado (véase la Figura 2).

4. El ecumenismo político cristiano

La
primera conclusión que podemos alcanzar es —por lo tanto—que hay una doctrina social que es patrimonio de toda la cristiandad, a la que han contribuido de manera específica tanto el catolicismo romano como el protestantismo reformado. Esta doctrina ha encontrado expresión política en partidos que agrupan a católicos romanos y reformados en el norte de Europa, notablemente en el partido Llamamiento Cristiano Democrático (CDA) holandés, actualmente en el gobierno. Sin comprometer los principios teológicos y litúrgicos respectivos, los católicos y los calvinistas han sabido caminar juntos en política, defendiendo valores y puntos de vista comunes frente a la marejada secular que pretende destruir absolutamente todas las comunidades establecidas por Dios.

La guerras de religión, así como la imposición de iglesias estatales “establecidas”, han perjudicado enormemente la causa del cristianismo sobre todo en Europa. La intolerancia y persecución de las minorías religiosas en México mantiene a la cristiandad de este país dividida y a las fuerzas políticas inspiradas en la doctrina social cristiana continuamente debilitadas, a pesar de la cuota de poder de que disfrutan. Las persecuciones que los evangélicos han vivido por parte de fanáticos supuestamente católicos —sobre todo en pequeños poblados— han dificultado el proceso de encuentro entre los cristianos en la arena política. Ésta es una situación inadmisible y francamente contraria a los principios del catolicismo romano y de cualquier partido inspirado en la doctrina social católica. Las bellísimas declaraciones conciliares Dignitatis humanæ y Nostra ætate, así como las múltiples manifestaciones de auténtico respeto a otras confesiones por parte de Juan Pablo II así lo testifican. ¿Podrán los cristianos mexicanos aprender a respetarse y andar juntos por lo menos en lo que a acción política concierne?

El único partido político en México que ha adoptado de manera abierta principios de la doctrina social cristiana es el Partido Acción Nacional pero, si bien es cierto que en su declaración de principios afirma su compromiso con la libertad religiosa,3 también es cierto que no ha sabido concitar el entusiasmo generalizado de los cristianos hacia su doctrina y programa. No sólo eso: ha sido percibido francamente por algunos como dispuesto a poner tropiezos a asociaciones religiosas distintas de la católica romana, aunque ello es definitivamente contrario a su vocación democrática y a la misma doctrina que sustenta. ¿Habrá de convertirse el PAN en un partido cristiano ecuménico, un sincero paladín de la libertad religiosa? Creo que además de responder con eficacia a los desafíos de la lucha política cotidiana, el PAN debería fomentar también el estudio reposado y sereno de la doctrina social cristiana así como su aplicación detallada a las condiciones nacionales. Hay que hacer lo primero sin dejar de hacer lo segundo. Es notable también que las fuerzas políticas cristianas carezcan de un periódico nacional, donde se presenten y analicen las noticias desde un punto de vista propio. Hay, pues, mucho trabajo por hacer y muchas barreras por derribar para que el cristianismo mexicano encuentre su plena madurez en el terreno de la acción política.


Referencias
Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. Madrid:
Biblioteca de Autores Cristianos, 1996.
3 “Principios de doctrina”, §5 y “Proyección de los principios de doctrina”, §5.
Dignitatis humanæ. En Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones. Decretos.
Declaraciones, pp. 658-673.
Doctrina social de la Iglesia. México: Ediciones Paulinas, 1992.
Dooyeweerd, H. (1984a)). A New Critique of Theoretical Thought I. Jordan Station:
Paideia Press.
(1984b). A New Critique of Theoretical Thought II. Jordan Station: Paideia
Press.
(1984c). A New Critique of Theoretical Thought III. Jordan Station: Paideia
Press.
(1998). Las raíces de la cultura occidental. Las opciones pagana, secular
y cristiana. Barcelona: CLIE.
Chaplin, J. (2005). “Subsidiariedad y soberanía de las esferas: las concepciones
católica y reformada del papel del estado” en García de la Sienra (2005).
García de la Sienra, A. (2005). Filosofía política cristiana. Original inédito.
Juan Pablo II, Centesimus annus. En Doctrina social de la Iglesia, pp. 989-1098.
León XIII, Rerum novarum. En Doctrina social de la Iglesia, pp. 11-63.
Nostra ætate. En Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones,
pp. 695-706.
Pío XI, Quadragesimo anno. En Doctrina social de la Iglesia, pp. 65-139.
“Principios de doctrina” en Principios de doctrina, pp. 5-27.
Principios de doctrina. México: PAN, 1995.
“Proyección de los principios de doctrina” en Principios de doctrina, pp. 31-69.
San Agustín de Hipona. La ciudad de Dios. México: Porrúa, 1990.

(*) Profesor Investigador y miembro fundador del Instituto de Filosofía de la Universidad Veracruzana

lunes, 11 de junio de 2007

UCRANIA Y RUSIA. ¿Vecinos inseparables? III


por Nelly de Navia *


Al parecer, la actitud tomada por el gobierno de Kuchma se puede entender en parte, como respuesta a los intentos rusos de negociación con las organizaciones occidentales. Cuando se realizaron los primeros encuentros OTAN–Rusia , Ucrania empezó a jugar sus propias cartas, pues lo último que deseaba era quedar atrapada en la línea divisora entre OTAN y el CEI. Udovenk y Horbulin, cabezas del Consejo de Nacional de Seguridad y Defensa declararon, a partir de los acercamientos rusos a occidente, que “la meta estratégica de Ucrania era unirse a las organizaciones europeas incluyendo la OTAN”; y tan pronto como terminó la reunión de Yeltsin y Clinton, el Partido Rukh de Ucrania, declaró que este país debía aplicar por la membresía de la OTAN para protegerse de un posible imperio ruso rejuvenecido.

En vista de lo anterior y con Polonia, Hungría y República Checa como miembros de la OTAN, Rusia procuró desalentar el acercamiento de Ucrania con la organización atlántica y aumentó sus presiones para establecer una alianza militar con Bielorrusia, al mismo tiempo que procuró limar asperezas y evitar el trato tosco en su relación con las repúblicas ex soviéticas procediendo, por ejemplo, a coartar el separatismo radical ruso de Crimea.

A su favor, Rusia cuenta con un cierto desencanto ucraniano hacia occidente debido a su precaria asistencia, además de los fuertes lazos que aún vinculan a estos dos países, mismos que se han revalorado ante la dificultad para obtener acceso a la Unión Europea. Además, Ucrania al igual que Bielorrusia, tiene en su vecino el principal proveedor de energéticos y su industria está fuertemente imbricada. Así mismo, el gobierno de Kiev, como se mencionó anteriormente, tiene ante sí un gran dilema: Ucrania es hogar de 11.4 millones de rusos étnicos que representan al 20% de la población. Por el momento, no existe un conflicto real debido a su presencia en Ucrania, pero la propensión de los nacionalistas rusos de utilizar sus lazos con fines políticos es alta. En términos estratégicos, si Ucrania se convierte en estado miembro de la OTAN se complicaría la capacidad de combate de las tropas rusas del Mar Negro y se probablemente se desataría un nuevo conflicto con la marina ucraniana.

¿Dentro o fuera? Ucrania, gradualmente abandonó la postura inicial de Kuchma de oposición a la expansión de OTAN para dar indicios de una calurosa bienvenida a occidente. Entonces la pregunta aquí es: ¿debe ser invitada a ser miembro de la OTAN? y ¿cuáles serían las implicaciones tanto para Ucrania como para Rusia de dicha expansión?

Todos los pronósticos estadunidenses que apoyan la expansión de la OTAN hacia el Este contrastan, paradójicamente, con los comentarios al respecto del diseñador de la estrategia de contención durante el gobierno de Truman, George Kennan, el cual calificó a la expansión de la OTAN como “el error más fatídico de la política norteamericana en toda la era de la posguerra fría” , pues sus efectos serían simplemente nefastos: podría inflamar las pasiones nacionalistas en Rusia y Ucrania, impedir el desarrollo de la democracia rusa, promover una nueva guerra fría en las relaciones Este-Oeste y animar a los rusos a aventurarse en los lugares con problemas en el mundo.

Esta postura es muy coherente y coincido con Anatol Lieven cuando menciona que sólo existen tres escenarios que pudieran hacer de la membresía de Ucrania en la OTAN una buena idea: La primera es si Rusia fuera simultáneamente invitada; sin embargo, esto transformaría por completo la existencia de la alianza y su razón de ser. Las alianzas militares requieren, por definición, de un enemigo para mantener su cohesión, identidad y sentido. Y como el enemigo histórico de la OTAN fue y sigue siendo Rusia -aunque ahora se hayan agregado nuevas amenazas a la lista- ocurre simplemente que, como lo sintetiza Mandelbaum, “con Rusia como miembro, la OTAN ya no sería OTAN”. En el caso de que esta organización se quiera recubrir bajo una faceta más política como lo ha venido anunciando en los últimos años y si es verdad que se está convirtiendo en un amplio pacto para promover la seguridad común, el avance democrático y la estabilidad económica, duplicaría la existencia de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y no tendría mucho sentido su existencia.


Por otra parte, si la OTAN mantiene el mismo estatus con el que nació, como una alianza defensiva militar, podría expandirse hacia Rusia únicamente si se convierte en el componente militar de un frente unido ruso-occidental en contra de China o el mundo islámico. Claro está, que los escenarios anteriores parecen al momento un tanto improbables, y más ahora que Turquía esta buscando su entrada a la Unión Europea y China cuenta con excelentes relaciones con occidente. Si China utiliza su crecimiento económico y fuerza militar para buscar una confrontación con los Estados Unidos en Taiwán y Corea, entonces una vez más, la necesidad de buscar a Rusia se incrementará para los Estados Unidos. En estas circunstancias, diez o quince años parecerían razonables para invitar a Rusia y Ucrania a incorporarse a la OTAN, pero por el momento no es un tema que se encuentre en la agenda.

Ahora también cabe preguntarse hasta qué punto los electores occidentales están decididos a mandar a sus soldados para pelear en defensa de Ucrania como miembro de la OTAN. En el caso de Polonia, República Checa, Hungría, Rumania y Eslovenia, es más una posibilidad teórica, porque existen pocas posibilidades de ser atacados. Sin embargo, este no sería el caso de Ucrania por las disputas con Rusia en Sevastopol, lo que también lo vuelve un incentivo para que Ucrania busque el patrocinio de la OTAN conforme se acerque el fin del plazo.(2)

Conclusiones:

Por el momento y en un futuro cercano, no existen motivos para invitar a Ucrania o Rusia a ser miembros de la OTAN; sin embargo, prevalece la convicción entre algunos líderes occidentales y ucranianos, de convertir a Ucrania en un buffer state en contra de la Federación rusa e incentivar su separación en lo económico, político y cultural, debido al miedo de que pueda resurgir de Rusia un proyecto imperialista, como ya se experimentó en ocasiones anteriores. Este esfuerzo significaría un enfrentamiento, no sólo entre Rusia y Ucrania sino al interior de Ucrania misma, lo que sería una gran amenaza a su paz y estabilidad, pues no hay que olvidar que el 20% de la población ucraniana es de origen ruso. Si bien este poder de desestabilización ha sido muy exagerado, lo cierto es que es una de las armas más poderosas de los rusos en Ucrania y que el alcance de ésta dependerá en mucho de los gobiernos ucranianos y sus tratos a las minorías.

El intento de convertir a los vecinos de Rusia en un cordón sanitario en contra de ésta, “resulta un proyecto innecesario y hasta tonto, pues además de acarrear problemas nacionalistas, Ucrania desempeña este papel adecuadamente simplemente por el hecho de existir como un estado independiente e internacionalmente reconocido”. Para analistas como Maria Kopylenko, si Ucrania gira a favor de oriente u occidente, dividirá a Europa en esferas de influencia, así que un argumento razonable puede ser que la política exterior ucraniana sea de cooperación con ambos lados. Ucrania debe permanecer como socio estratégico de Rusia en todos los campos -políticos, económicos y militares- pero a la vez debe reconocerse que la estabilidad de Ucrania es también interés de occidente y debe tener independencia de Rusia.

A la fecha, el resurgimiento del espectro de la amenaza rusa es improbable si se toma en cuenta que el gasto en armamento de tan sólo tres de los miembros de la OTAN - Gran Bretaña, Francia y Alemania-, excede el gasto total que actualmente ejerce Moscú en ese rubro, sin considerar que Europa occidental tiene aproximadamente tres veces más población y su fuerza económica es siete veces mayor que la de Rusia, por no mencionar la incompetencia de un ejército que no es capaz de invadir su propio país, como quedó de manifiesto con la derrota en Chechenia en 1996. Tampoco existen señales que indiquen que Rusia pueda derrocar la independencia ucraniana; sin embargo, no hay que menospreciar la amenaza potencial de un país que dominó por más de cuarenta años la mitad del globo.

El problema de Sevastopol entre Rusia y Ucrania, todavía no está resuelto sino congelado por 10 años más y nadie sabe cual será el desenlace. Así mismo, el desconocimiento de Rusia como potencia regional ha causado el descontento de varios integrantes de la Duma. Probablemente, si continua el estrechamiento del cerco sobre Rusia conducirá en un futuro a una nueva versión de Guerra Fría como lo advirtió Yeltsin en diciembre de 1994 ante los miembros de la alianza atlántica: “la consecuencia de estar sembrando las semillas de la desconfianza será sumergir a Europa en una nueva Guerra Fría.” . Cabe preguntarse qué tan efectiva puede ser la pretendida estabilización de Europa central si se está sometiendo a la región a una tensión que amenaza con reabrir un nuevo capítulo de Guerra Fría, con todos los efectos que esto conlleva, en particular, la interrupción de las negociaciones sobre desarme, el estímulo para una nueva carrera nuclear y para el ascenso de los sectores más nacionalistas y beligerantes en Rusia.

No hay manera de diseñar una estabilidad europea sin Rusia y elevar el sentimiento de inseguridad en Moscú puede llevar hacia la intransigencia en las negociaciones sobre control de armas, reduciendo así recíprocamente la seguridad occidental: “La clave para la consolidación de la paz en Europa descansa no en la expansión de la OTAN sino en la estimulación para que Rusia viva en armonía con sus vecinos y acepte profundas reducciones negociadas en su arsenal nuclear.”
El intento de defensa contra una amenaza ahora inexistente, puede producirla y convertirse en una “profecía auto cumplida”, pues no existe manera de promover seguridad para unos, infundiendo inseguridad en otros. La complejidad de la situación ucraniana hace de su futuro algo impredecible, pero hay que reconocer que la armonía entre rusos y ucranianos es vital para la estabilidad, no sólo de Ucrania sino de la región entera.
Ibid.
Ibid.
Maria Kopylenko, “Ukraine: Between NATO and Russia”, en Mattox y Rachwald (eds.), Enlarging NATO, London, Lynne Reinner Pulishers, 2001, pp. 189-190.
Antonio Sánchez Pereyra, Geopolítica de la expansión de la OTAN, México, UNAM, 2003, p. 109.
Ibid.
Ibid.

jueves, 7 de junio de 2007

UCRANIA Y RUSIA. ¿Vecinos inseparables? II

por Nelly de Navia *

Un poco de historia

En 1996 existía gran optimismo en la cooperación militar ruso-ucraniana pues se reunieron en Kiev los secretarios de defensa de ambos países, Pavel Grachev y Valeriy Shmarov, para negociar 26 acuerdos firmados en noviembre de 1995, además de que el presidente Leonid Kuchma se mostraba abiertamente en contra de la expansión de la OTAN [1] Sin embargo, unos meses después, Moscú empezó a sospechar de encuentros secretos entre oficiales ucranianos y el secretario general de la otan, Javier Solana, lo que significaba una clara señal de que Ucrania empezaba a abandonar su estatus de no-alineado para alcanzar una relación especial con la OTAN.

En
agosto de ese año, Kuchma todavía declaró que las relaciones con Rusia seguían siendo la prioridad en la agenda ucraniana pues eran una precondición para la seguridad del país; sin embargo y casi inmediatamente después, propuso en Washington la creación de una zona desnuclearizada en Europa central y oriental. El convencimiento que mostraban los ucranianos con respecto a la preferencia de su relación con los rusos parecía desvanecerse rápidamente. Un ejemplo de lo anterior fue la declaración de Borys Oliynyk, presidente de la Comisión Parlamentaria de Relaciones Exteriores, al afirmar que la mayoría de los miembros de la Comisión favorecían la entrada a la otan “por ser considerada el mayor garante de la seguridad de su país”.[2]

Así, en 1997 el gobierno de Kiev firmó su estatus especial con la OTAN con la creación del Charter on a Distinctive Partnership between the North Atlantic Treaty Organization and Ukraine, con el cual los miembros de la alianza atlántica se comprometieron a apoyar a este país en la preservación de su soberanía, independencia política, inviolabilidad de fronteras y en aspectos concernientes con su desarrollo democrático, prosperidad económica e integración en las estructuras euro atlánticas. A la vez, se agregaron hechos indudablemente simbólicos como la inauguración en mayo de 1997, de un centro de información y documentación de la otan en Kiev - la primera capital de Europa oriental con un centro de este tipo-[3], además de la creación del grupo denominado guuam (por las siglas de los países que lo conforman, Georgia, Ucrania, Uzbekistán, Armenia y Moldavia). Aunque esta alianza tenía en sus inicios una motivación energética, decidieron con el tiempo incluir cuestiones de seguridad, resolución de conflictos étnicos y cooperación político-militar con la otan y los gobiernos occidentales, para fortalecer su independencia y autonomía frente a Rusia.[4]

Un
punto álgido de la relación ruso-ucraniana que me resulta revelador de un posible escenario ante la incorporación de Ucrania a la otan, es el estatus del puerto en Sevastopol. En febrero de 1997 se anunció un ejercicio conjunto entre la otan y las fuerzas navales ucranianas en el Mar Negro, lo que inmediatamente provocó que las tensiones entre los dos países crecieran rápidamente.[5] La operación llamada Sea Breeze-97 fue denunciada en la prensa rusa como un entrenamiento para atrapar a su flota en Sevastopol y las reclamaciones no se hicieron esperar.[6] Pero no solamente en Rusia hubo descontento, lo significativo es que también existieron manifestaciones en Ucrania en contra de la presencia de la alianza atlántica y se creó un club “anti-otan”, el cual promueve una coalisión político-militar con Rusia y otros países del cei (Comunidad de Estados Independientes). Más adelante, ese mismo año y como muestra de “buena voluntad”, Rusia y Ucrania firmaron un tratado que parecía cesar temporalmente la disputa territorial del Mar Negro, ya que los ucranianos aceptaron rentarle el puerto de Sevastopol a Rusia por veinte años.[7]




[1] Véase Stephen A. Cambone, “NATO Enlargement: Implications for the Military Dimension of Ukraine’s Security”, The Harriman Review, 10, No. 3, Invierno 1997, pp. 8-18.[2] Joseph Black, Russia Faces NATO Expansion, New York, Rowman and Littlefield Publishers, 2000, p. 176.[3] Olga Alexandrova, “The NATO-Ukraine Charter: Kiev’s Euro-Atlantic Integration”, en Aussenpolitik, German Foreign Affaire Review, vol. 48, num. 4, 1997. http://www.isn.ethz.ch/au_pol/48_4/alexandrova.htm Cuando se inauguró el centro de la OTAN, cerca de 4000 personas, mayoritariamente de grupos étnicos rusos, demostraron su inconformidad[4] Taras Kurzio, op. cit.[5] Ibíd. p. 178.[6] La paranoia fue tan grande que los medios de comunicación rusos llegaron a afirmar que el ejercicio estaba basado en la estrategia anglo-francesa utilizada durante la Guerra de Crimea en el siglo XIX (!)[7] Black, op. cit., p. 182.

* Es egresada del Colegio de México, y colabora en el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales.

martes, 5 de junio de 2007

UCRANIA Y RUSIA: ¿VECINOS INSEPARABLES?



Repercusiones por la expansión de la OTAN

por Nelly de Navia[1]


"It is not the struggle between the Communist past and a democratic future, but between liberal and authoritarian concepts of modernization which goes on in Russian society today".
-
V. Kuvaldiri, Moscow News, 19 Julio 1992.


Desde que en 1999 ingresaron a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), Polonia, Hungría y República Checa, se ha hablado de una expansión mayor de la alianza atlántica que pudiese incluir a otros países de Europa central. Con la posible entrada de nuevos miembros a esta unión militar, resulta inevitable discutir la situación de dos actores internacionales de gran peso para la seguridad de la región: Rusia y Ucrania. Además de la posición geográfica, estos dos países cuentan con lazos que estrechan profundamente su relación, como diría Anaton Lieven, “con el paso del tiempo han desarrollado vínculos naturales, casi de manera ‘orgánica’ a través de millones de contactos humanos en cientos de años, que dieron como resultado una identificación mutua en varios aspectos como su psicología, religión, cultura e idioma”[2], y que son imposibles de ignorar si se le quiere incluir a uno de ellos en una organización occidental y al otro dejarlo fuera.

Para Rusia, una mayor expansión de la OTAN hacia el Este significaría un cerco en sus fronteras y la pérdida de su zona de interés o esfera de influencia, la cual es ya bastante reducida debido a la incorporación de los Estados del Báltico a la Unión Europea y la simpatía de otras ex repúblicas soviéticas por occidente. Para Ucrania, la decisión es aún más difícil, pues si bien es cierto que existe una relación especial con Rusia, Ucrania es hoy una nación en busca de una identidad propia y pareciese que con la llegada de Víktor Yushchenko al poder, se consolidará su alejamiento de la Federación rusa y hará de los valores democráticos, mercados libres y sociedades abiertas, la llave para conseguir la anhelada identidad ucraniana frente al mundo. Sin embargo, no hay que perder de vista que Rusia sigue siendo un importante factor a considerar en la política exterior ucraniana y no se debe menospreciar su relación con el vecino del norte. Si Ucrania ingresa a la otan, existiría el riesgo de una desestabilización, no sólo en su relación con Rusia, sino al interior del país debido a las minorías rusas que existen entre su población. Por lo tanto, el propósito de este ensayo es hacer un análisis de los dilemas que enfrenta Ucrania ante su posible anexión a la alianza atlántica, así como de los diferentes escenarios en los que se podrían ver inmersos estos dos países en caso de lograrse dicha ampliación.
Ucrania: entre el dilema eslavo y occidental.

La OTAN desde que inició su expansión hacia el Este, dejó en evidencia la intención de ingresar como país miembro a Ucrania en algún momento entre el 2005 y el 2010. Colocada entre la espada y la pared, esto es, entre la necesidad de ayuda occidental y su colindancia con Rusia, Ucrania tiene ante sí un dilema único, así como una oportunidad inigualable, pues se encuentra en medio de una disputa geoestratégica, que tanto la puede ayudar a obtener beneficios antes inesperados, así como problemas innecesarios.

Durante el régimen de Leonid Kuchma, el gobierno de Kiev adoptó oficialmente una posición de neutralidad y no alineamiento ante las expectativas de expansión de la otan, aún cuando en ciertos momentos se entrevieron severas dudas por la ambivalencia de sus acciones, como más adelante se explicará. Sin embargo, la posición ucraniana, dio un viraje total a favor de la unión con occidente, a partir de la revolución naranja y la llegada de Víktor Yushchenko al poder en 2004, el cual desde el inicio de su campaña, manifestó abiertamente su deseo de incorporarsetanto a la Unión Europea (UE) como a la OTAN.

¿Por qué Ucrania se ha convertido, en frase de Sherman Garnett, en “the keystone in the arch” –la piedra angular- de la arquitectura de la seguridad trasatlántica?[3] Hay que entender que la importancia geopolítica de Ucrania es vital tanto para Rusia como para la otan, específicamente para Estados Unidos, debido a que tanto por su tamaño, posición geográfica y arsenal nuclear, esta ex república soviética sirve perfectamente para ambos lados como “amortiguador” (o lo que se conoce como buffer state) entre Rusia y Europa oriental.

Rusia, con la independencia de Ucrania, perdió un fuerte potencial económico tanto en la industria como en la agricultura, incluidos sus 52 millones de habitantes étnica y culturalmente cercanos a los rusos, la privó de la posición dominante sobre el Mar Negro que poseía anteriormente la Unión Soviética (urss), así como del puerto de Odessa, principal puerta de acceso del comercio soviético al Mediterráneo. Para el Kremlin, países como Ucrania, Moldavia, y Bielorrusia, son amortiguadores vitales entre Rusia y occidente. “Al igual que los mandatarios rusos de los últimos dos siglos, Putin balancea la seguridad rusa en ‘zonas de interés’ bien definidas”; sin embargo, dichas zonas se han ido reduciendo en los últimos años con la desintegración de la urss y el progresivo acercamiento de las ex repúblicas soviéticas a occidente, por lo que el mandatario ruso intentará evitar a toda costa revivir el mismo escenario en Ucrania.[4]

Por su parte, Estados Unidos identifica a Ucrania como una pieza clave en el rompecabezas de la seguridad continental, pues al “tener a Ucrania dentro de la otan significaría que no habría vuelta atrás en los beneficios ganados con el fin de la Guerra Fría”, lo que le dejaría a Rusia un estrecho margen para actuar en caso de presentarse un conflicto futuro con occidente.[5] Para analistas como Zbigniew Brzezinski o Henry Kissinger, la ampliación de la otan hacia el Este es una cuestión indiscutible, pues afirman que los rusos son “congénitamente un pueblo agresivo y proclive al imperialismo”[6] por lo que es conveniente ganarles terreno antes de que recuperen fuerzas nuevamente.[7] El mismo temor es compartido, por los directamente afectados ante un crecimiento ruso descontrolado, como lo confirma el político polaco Bonislaw Geremek: “Por el momento Rusia es débil. Pero sabemos que éste es un periodo de transición. El imperio soviético podría ser sucedido por el imperio ruso. En algunos años, Rusia se convertirá en una superpotencia de nuevo, y la memoria de debilidad tendrá un impacto psicológico importante en una nueva generación de líderes rusos”.[8]


[1] Egresada de la licenciatura de Relaciones Internacionales en El Colegio de México.

[2] Anatol, Lieven, Ukraine and Russia. A fraternal rivalry, Washington, D. C., United States Institute of Peace Press, 1999, p. 2.
[3] Citado en Lieven, op. cit.
[4] James Sherr, citado en Timothy Garton Ash, The orange revolution,28 Abril 2005, http://www.nybooks.com/contents/20050428
[5] Taras Kuzio, Ukraine and NATO,15 Octubre 2000, http://www.ualberta.ca
[6] Citado en Stanley, Kober, “NATO Expansion and the Danger of a Second Cold War”, CATO Foreign Policy Briefing, num. 38, 31 de enero, 1996, http://www.cato.org/pubs/fpbriefs.
[7] Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard: American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, New York, Harper Collins, 1997, Brzezinski afirma que Ucrania debería ser invitada a unirse a la OTAN e incluso a la Unión Europea, aún cuando no se logre de manera exitosa una reforma doméstica, precondición necesaria si se desea ser parte de estas organizacionesp. 84.
[8] Michael Mandelbaum, “Preserving the New Peace. The Case Against NATO Expansion”, Foreign Affairs, vol. 74, num. 3, mayo-junio, 1995, p. 10