viernes, 13 de abril de 2007

LA REFORMA DEL ESTADO MEXICANO II







EN principio se puede decir sin temor a equivocaciones que una reforma del estado es un asunto mayor y de ninguna manera una consecuencia lateral o un modo de respuesta parcial a
un problema de gobierno o de distribución de cargos.
Como su pretencioso nombre lo dice, se aspira a causar un cambio en la estructura y en los procesos del mismo estado; se desea por medios fundamentalmente pacíficos, -porque de otra manera sería una revolución- llegar a transformar la identidad de la asociación política por antonomasia. En pocas palabras una cirugía mayor que por su naturaleza pone en peligro la esencia y la seguridad general del aparato estatal y la estabilidad de la nación toda.

DE ahí el grado preocupante de un planteamiento a todas luces hiperambicioso y exultante de expectativas idealizadas, que se contraponen a las oscuras realidades en el entorno de dificultades y riesgos mayores apenas susurrados y más débilmente escuchados, que hacen desproporcionadas las diferencias entre lo mucho poco claro que se quiere; y lo poco que tan grave se asegura implica un gran y descomunal esfuerzo que adiciona la segura presencia de la incertidumbre de su éxito.
Y no porque vaya a parecer el argumento fundamento radical de la evasión del estímulo para los cambios necesarios o más a aún de los suficientes; sino porque el lanzamiento de un proyecto de dimensiones mayores, implica más que voluntades y recursos políticos, que por supuesto son indispensables, convocatorias de inclusión con bocetos avanzados de los intereses a trastornar y conocimientos puntuales de los hilos de la conducción de los poderes fácticos, en una experimental implantación de las mecánicas que los pudieran sustentar o dejar caer en la gravitación política, que hasta donde se equilibran, apoyan otros procesos que serían evaluados en su pertinencia o exclusión.
Y es por eso que se vuelve pretencioso el planteamiento senatorial, porque magnifica la acción política de los legisladores enarbolando la pobreza de un reduccionismo teórico y operacional, por encima siquiera de la valoración de las dimensiones y de los impactos, sus consecuencias; y el despliegue lógico de los riesgos. En pocas palabras de los alcances reales de la promoción de la reforma, no digamos todavía de sus crisis y desarrollos calculados de los conflictos.



Y eso hace reflexionar que por allí encontraron una frasecita que les gusto más que para esbozar un alcance en la naturaleza del estado mexicano, como para darle marco a un sucedáneo o un eufemismo ampulosa e incorrectamente aplicado, para llamarle de algún modo presumido reforma del estado, a lo que a lo mejor nada más es una reforma legislativa y si acaso alguna reformilla de modifique algunas palabras en el texto constitucional, como para decir que los pris todavía producen algo, cómo si las aberraciones paragubernamentales y las innovaciones del mundo administrativo de lo que no debió nunca existir, no hubieran sido aportaciones de los tecno-ácratas, del populismo republicano español o de las propuestas irreconciliables con la realidad extramuros del tecnológico de Massachusetts o de los cursos de la Ivy league, para liderazgos latinoamericanos.
REVOLUCIÓN: CAMBIOS EXCESIVOS CON VIOLENCIA.
PERO es necesario ir por partes para poder analizar lo que hasta aquí se ha afirmado o intentado ubicar en la esfera de su expresión epistemológica. Y por ello como premisa básica hay que señalar que es el fenómeno revolucionario no el reformista el que mayores transformaciones entraña en una conformación social y política de amplio espectro como es el estado.

ES por medio de este mecanismo explosivo que los de la movilización se van a hacer del poder que tenía la organización. La motivación que los unifica en tal propósito es la exclusión lógica de las incapacidades de las amplias decisiones societarias, lo que va a generar la coincidencia de las carencias involuntarias y las provocadas, que son puestas en una balanza del destino, confrontadas excluyentes, como Zeus a las vidas de Héctor y Aquiles. Lo que está en juego es un ajedréz letal que no admite soluciones sintéticas.

EN la revolución los elementos duales son imprescindibles, lo que fortalece la doctrina de los elucubradores que se autonombran dialécticos, ellos subsumen a la totalización de la comprensión maniquea el proceso de inicio a fin, de las luchas que en su descarnada expresión son de caracter fraticida.

PORQUE si los agitadores que se autonombran teóricos de las vendettas sociales, no despojan a los individuos de todo el entramado cultural y de las esencias multivalentes humanas, para implantar con impunidad las secuelas programadas odio-venganza; y la vulgar religión de la argumentación de lo material como presupuesto de la especulada autocreación humana; no tendrían sentido sus consignas, porque los contenidos revolucionarios son esencialmente distorsionadores y encubren lamentablemente la sumatoria de envidias, como base incipiente de la organización que se opone a la imperante, es decir la organización pretensa, nace con una inicial vinculación, que es el punto de las convergencias: la de la rabia por desposeer a los que tienen.

PORQUE si no fuera de esa manera, no tendrían éxito los conspiradores, ni se aceptarían los disfraces ideológicos que impulsan las formulas polarizantes, que juegan un papel similar al de las causas (reputadas por la propaganda), de sagradas por los totalitarismos.

LAS legitimaciones de las revoluciones van dirigidas a que se hagan inverosímiles ante la opinión pública, las fases del proceso de transmutación de los valores, que se inscriben en todo caso en su versión oficial, como los movimientos naturales a una conjunción progresiva que tendrían que dar por fuerza a ciertas deformaciones inherentes y en teoría inevitables, todas ellas destructivas. Las argumentaciones al mismo tiempo se muestran hasta diluidas en lo esencial del fenómeno, todo ello no se reconoce en el gran público, que en la realidad conforman el corazón de la operatividad política y los motivos principales de esa práctica política axiológicamente inconsecuente.

EL parangón que utiliza la violencia política sea revolucionaria o no, es de la misma modélica de la que se adopta en lo que fueron históricamente el comité de salud pública o la impronta de la solución total, ambos esquemas englobados en sendos razonamientos aparentemente distantes de las operaciones salvajes y precivilizatorias, pero mostrados idealmente como apelaciones políticas legítimas: los derechos humanos del hombre y el espacio vital, éste en el supuesto humanitario de una nación vencida, que se hacía de un punto de partida, alegando a la justicia mundial sus credenciales pangermánicas para no permitirse ser aniquilada por las limitaciones territoriales, entre otros factores caudas por errores políticos y militares.

EN el periplo revolucionario el trasunto se convierte en matemático: A sustituye a B, mediante la violencia únicamente; y por ello el entronizamiento del método como esencial que tiene como meta la corrosión social, con los objetivos preestablecidos de una red de sustituciones de roles de poder, que es es lo que va a definir la capacidad de hacer eficáz a la revolución.

LA interpretación moderna que alude a todo ese proceso de atrocidades básicamente proviene de los usos del lenguaje que los marxistas han abonado en tono superlativo cualitativamente, y muy a pesar de que se entiende la cimentación totalitaria como fin esencial del triunfo de los componentes tiranos de la revolución, la mayor parte de los analistas por tolerancia propia no por coincidencia aceptan mas o menos las mismas alocuciones a la revolución de la lucha de clases, como una supuesta idea lo suficientemente destructiva como para sumir en la pobreza a todos los sobrevivientes; y a la revolución burguesa como de alcances destructivos menos apocalípticos, para no romper en el mediano y largo plazo con el mercado que de todas maneras independientemente de los esfuerzos aniquilantes sigue tan campante como hace 500 años.

SE puede decir brevemente que estrictamente la palabra revolución nos exporta a la idea de la destrucción a plenitud de cualquier orden, no sólo el político, económico o social. Porque entrados en gastos, realmente lo revolucionario, se sustenta en una idea bizarra o equívoca, como lo demuestran exhaustivamente los troskistas. Es una acción cancerígena dolorosa total, anarquizante y por lo mismo diabólica, que tiene como fin que no exista la capacidad de gobierno del hombre, que por cualquier fisura que lo establezca, sea condenado el intento como producción burguesa o como cualquier cosa que se designe y que parezca antagónica de la extensiva acción del tipo más remoto de las bases más incipientes de la moralidad.
EN la revolución común, la del lenguaje politológico menos patológico, como se entenderá, los movilizados, por decirlo de alguna manera, le dan la vuelta a las condiciones del poder en una manera total, pero limitados (aunque esto es más que suficiente para causar daños irreversibles) en el orden de las riendas del proyecto sociopolítico y mejor dicho del que se refiere a los espacios de apropiación bajo el eufemismo que se quiera.

LOS revolucionarios por supuesto no traen proyecto, porque el único es el que opera mas allá de sus voluntades famélicas. Sus seguidores esperanzados en las fantasias que con sus promesas y dádivas les aleccionan en sueños extralógicos, suponen que traen bajo el brazo algo esbozado primariamente, pero el exámen más elemental de esas realidades cognitivas demuestran que a lo más que llegan es a una andrajosa interpretación puramente conflictiva como la marxista o todavía mas menesterosa, como la de los populistas mesiánicos de latinoamérica, que se aventuran a erigir un mundo nuevo a su real saber y entender, que dicho sea de paso es infame y criminalmente lastimoso, para sustituir con los fundamentos revolucionarios (es decir, nada concreto), lo que los otros, sus antecesores en posición apenas escalaban en mares de incomprensión cosmológica.

EL que se va a autodenominar proyecto revolucionario, se limita a una pieza de oratoria hecha y consumida por ignorantes ciertísimos como tales; no tiene asideros y sin los andamiajes megalómanos y complejos de los redentores sainsimoneanos del siglo XIX, premarxistas y super equívocos, pero simpáticamente ingenuos. No pueden interpretar el flujo de procesos políticos determinantes de la economía-mundo, tampoco pueden aproximarse al dominio de la sociedad del conocimiento en boga y con una creatividad poco entrenada en los avatares del voluntarismo occidental, sucumben repitiendo las mismas y desgastadas frases que aspiran a tener más que una orientación en el rumbo del estado, una pretensión que le tira a lo poético, por lo que procuran a los profesionales de la prosa y poesía, como ilustrativos de lo que quieren expresar en su paisaje discursivo florido y sentimentaloide, pero ultradistanciado de la realidad de la política del milenio.

LOS Castros y los Chavez son sujetos típicos de la especie, admirando hasta la idolatría al Gabo o a sus sudedáneos; a los pintorescos mimos de las plazuelas, que como jesusa rodriguez, son materia prima del entretenimiento barato, que sustituye planteamientos por parodias como forma permanente de lo que el Peje y sus corifeos llaman gobierno.
REDUCCIONISMO REVOLUCIONARIO
LOS revolucionarios todo lo remiten a un menú simplón, que significa el racionamiento de insumos de toda índole cultural, que incluye como plato principal y hasta de postre, una breve discursiva de auto redención social, que más que un programa de mediana perspectiva , se reduce a denostar lo muchísimo que se desconoce, dejando en descubierto que los pliegos no dejan el carácter de ser petitorios, esta vez condenados a ser mas insolubles por estar dirigidos a sí mismos.

LO que los revolucionarios propondrían por supuesto que no puede equiparse a algún intento serio por reacomodar a la sociedad . Sus limitaciones sólo son visibles por su directa proporcionalidad de protagonizar en los niveles de frustración, que obviamente en una dinámica de poder va a engendrar un relanzamiento radical por arrebatar cada vez más el control de la organización, en la espiral propia de las alcoholizaciones políticas colectivas.

LOS así llamados radicales tienen que encontrar enemigos por todos lados para justificar los extremismos del uso intensivo de los medios violentos, como no encuentran las respuestas simplistas que se imaginaban y no entienden la lógica de los prodedimeientos subsidiadas de los modelos mayores del poder mundial se vuelcan a establecer una verborrea contra todo lo establecido, dado que los laberintos de la juricidad les impiden encuentrar los nexos de la apropiación legitima.

EN el papel de autentificar sus liderazgo optan por corroer hasta lo posible cada uno de los descubrimientos de los fundamentos del poder precedente. El fin que es convertirse llanamente en los sustitutos posicionales del poder y sólo eso, como única validación personal, se va a transformar en el único objeto de la vida y el deambular pidiendo ser reconocidos hace que la obstinación sea la materia de su doctrina política.

POR eso los López Obradores tratan a toda costa de trastocar cualquier indicio de institucionalidad que rechazan a priori, sin conocimiento expecífico de su origen, auge e inoperatividad y con la fòrmula de mandar al diablo toda institución, pretenden borrar el juicio de la historia porque lo que se dice del juicio social, se muestra salpicado de mentiras que ellos en su autocrítica señalan como inexactitudes. Pero eso no es exclusivo de los lideres tropicales, sino es común y procede de todos los revolucionarios que observan cómo exclusiva línea programática una mecánica que aduce hasta el cansancio la retórica de la pobreza, de lo popular o de cualquier efecto enervante que suponga la reinterpretación de la historia de la nueva ignorancia, que ya quiere estar en el poder y para lo cual requiere una reconformación de las versiones de los juicios, que aspiran a borrar las evidencias de la envidia criminal socializada.

PERO afortunadamente hacerse del poder y convertirse en revolución triunfante muy pocas veces se produce en la historia. Una de ellas, como Acroft señala, fue la que se dio en México, que nació bajo el efecto de la movilización que se volvió triunfante causada por el proyecto geopolítico de una estructuración hemisférica.

SU estudio y reinterpretación de las dinámicas dirigidas del poder mundial por desmovilizar en cada etapa las alianzas que preconizaron las amenazas a lo constituido, formarían parte de el argumento que subyace de la incomprensión del proyecto de la reforma mexicana del estado...


sigue la Reforma del Estado III…

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