martes, 24 de abril de 2007

LA REFORMA DEL ESTADO III






La reforma es entonces el camino para transitar de una condición política a otra con los menores costos posibles, con implicaciones aparentemente menores y sin incluir el factor violento como prerrequisisto del cambio. Esto no significa que los riesgos hacia el descontrol y hacia la violencia no estén presentes, que las facturas por alterar el curso cotidiano del sistema no vayan a representar costosas determinaciones y que la sociedad no vaya a sufrir daños por la reforma.

La reforma del estado como reforma mayor se vende en sus bondades, o más bien en las bondades que se piensa se pudiera estabilizar de manera y con finalidades positivas para la población y/o su economía. En otras palabras, se le apuesta al cálculo de que la cirugía mayor sea sin anestesia; una transformación directa, con arrostramiento de intereses, esperando que los involucrados- la sociedad entera- asuma con madurez que lo que le propone su élite política, aunque doloroso, va atener resultados alentadores, y como dice Wallerstein le de un plazo mayor a la paciencia social que espera que pronto llegue a su lugar la oportunidad en la fila de los que se sienten damnificados por el sistema.

La reforma del estado es como tratar de dar el salto en el trapecio en el que el se ha soltado de uno pero todavía no alcanza el otro. En términos de la realidad instantánea, del presente, el sujeto está en el vacío sin ningún asidero; en términos de las expectativas, es decir del futuro, cree (fe) que va irremisiblemente rumbo a una nueva agarradera, aunque no la tenga aún; y en términos de recuperar el antiguo apoyo, de volver al pasado, la operación se torna simplemente en un imposible.

Y eso es lo que sucede en un compromiso de reforma del estado, las fuerzas que quieren sacar adelante las propuestas deben estar muy convencidas de que no hay otro camino para que las cosas no empeoren; que no existe prácticamente ninguna opción. No como ha sucedido con lo que hizo en el país Salinas, que parece que en su momento sólo él estaba convencido y las fuerzas que lo apoyaron y lo secundaron, lo hicieron por disciplina política, pero fieles al origen de la línea nunca soltaron sus antiguos asideros.

El mismo Zedillo no hizo nada más allá, ni siquiera Fox del que se esperaban acrobacias mayores. Ninguno, ni sus equipos, hicieron algo para tratar de tomar el trapecio que venía a su encuentro algunos piensan que el artefacto ya pasó y se quedó en el aire fuera del alcance del trapecista, al vaivén de las fuerzas de la gravedad, haciendo irrepetible el ejercicio.

En gran parte estas reflexiones son razonables. En primer lugar, porque el camino de la reforma, parte de la base de que lo que se tenía como sistema de operación relativamente eficaz, sólo que al plantearse el salto a otro paradigma, el que se tenía ya no está en su sitio, ni tampoco puede ser el apoyo fundamental que soportaba el cuerpo del aparato político.

En segundo lugar y no menos importante es que una reforma mayor requiere de poder para su aplicación y el antiguo autoritarismo dotaba al sistema político de muchos de los mecanismos para realizar este y otros proyectos, lo que no quiere decir que en esas circunstancias estructurales de todas formas el grado de dificultad fuera muy alto

La última y mejor oportunidad para realizar la reforma del estado, históricamente fue cuando el nuevo régimen surgió en el 2000. En el momento en que las expectativas políticas alcanzaban su mayor nivel, y las confianzas se aglutinaban en el nuevo caudillo de la democracia, por una u otra razón tampoco se aprovechó la coyuntura excepcional y lo que hubiera sido el gran esquema de reingeniería participativa quedó en mecanismos de reclutamiento del servicio público y en el rebautizamiento de los programas populistas de la SEDESOL o del seguro popular.

Por eso la reforma mayor tiene puntos de semejanza con la revolución, porque sus consecuencias son mayores, no sólo en el ámbito de la administración pública sino en que sus determinaciones y/o acuerdos pactan situaciones cualitativamente distintas a las que imperaban. Si se quiere revertir el proceso iniciado jamás se podrá restaurar el sistema a las condiciones preexistentes.

Una vez dado el primer paso que es romper con los asideros y los apoyos del pasado, no hay más remedio que creer firmemente que no hubo equivocación, aunque esta sea la que impere en todas las respuestas a las interrogantes de sus fracasos.

Las premisas del cambio deben ser realmente aquilatadas, porque cuando se despega en el periplo de un sistema a otro, y se empiezan a acumular las inconsistencias, por lo peligroso que es para la seguridad de los dirigentes el conocimiento prematuro de una verdad, que no sea justificable. No queda mas remedio que recurrir a la inmensidad de falacias para sostener no ya un régimen político, sino una religión política, porque la masa, la gente, no les va perdonar no que les hayan mentido para hacer la mudanza, sino que les rompan el sueño que la mentira construyó, fantasía que se convierte en un trapecio dorado y que representa esperanzas colectivas, aunque sea solamente un espejismo en el abismo de la carpa. De ahí su peligrosa seducción y se prefiere, por defensa a las patologías sociales del desencanto, optar como popularmente dice la canción “mienteme más porque tu maldad me hace feliz”.

Por eso la revolución rusa, la cubana o la mexicana crearon sus mitos y sus tipos de desprogramación disfrazadas de una nueva educación revolucionaria. Para que la masa soportara las graves ineficiencias de concepción, diseño y operación de los sistemas del cambio, ese es el contexto en el que se ultimó al zar y su familia; se clausuraron las salidas de la isla del Caribe o se denostó hasta el cansancio a Porfirio Díaz, cuando su periodo experimentó un crecimiento económico jamás logrado y las bases de la infraestructura nacional, con los ferrocarriles, puertos, sistemas modernizantes que se volvieron a recuperar hasta después de más de 60 años.

La reforma del estado de esa manera trata de minimizar los costos, porque aunque surge como solución de una sistema con problemas de fondo, no todo se desecha y lo que es trascendental, pretende erigir sobre las bases jurídicas vigentes, una plataforma que además de actualizar los valores políticos les devuelve el peso que expresan en el entramado del presente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El primer mapa de la sociedad y la acción de los gobiernos me fue ilustrado por Jorge Miguel Ramírez en una sola plática de no más de una hora en un pequeño patio trasero de una casa en Culiacán (el tiempo fue corto). No cabe duda, hay mucho que aprender pero mucho más que analizar. Afortunadamente a través de una pequeña rendija de conocimiento se alcanza a observar un horizonte amplio de entendimientos sólo hay que aprender a pensar correctamente.
Saludos desde México DF.
Teodoro Saldaña Ramírez.

tannha dijo...

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