martes, 24 de abril de 2007

LA REFORMA DEL ESTADO III






La reforma es entonces el camino para transitar de una condición política a otra con los menores costos posibles, con implicaciones aparentemente menores y sin incluir el factor violento como prerrequisisto del cambio. Esto no significa que los riesgos hacia el descontrol y hacia la violencia no estén presentes, que las facturas por alterar el curso cotidiano del sistema no vayan a representar costosas determinaciones y que la sociedad no vaya a sufrir daños por la reforma.

La reforma del estado como reforma mayor se vende en sus bondades, o más bien en las bondades que se piensa se pudiera estabilizar de manera y con finalidades positivas para la población y/o su economía. En otras palabras, se le apuesta al cálculo de que la cirugía mayor sea sin anestesia; una transformación directa, con arrostramiento de intereses, esperando que los involucrados- la sociedad entera- asuma con madurez que lo que le propone su élite política, aunque doloroso, va atener resultados alentadores, y como dice Wallerstein le de un plazo mayor a la paciencia social que espera que pronto llegue a su lugar la oportunidad en la fila de los que se sienten damnificados por el sistema.

La reforma del estado es como tratar de dar el salto en el trapecio en el que el se ha soltado de uno pero todavía no alcanza el otro. En términos de la realidad instantánea, del presente, el sujeto está en el vacío sin ningún asidero; en términos de las expectativas, es decir del futuro, cree (fe) que va irremisiblemente rumbo a una nueva agarradera, aunque no la tenga aún; y en términos de recuperar el antiguo apoyo, de volver al pasado, la operación se torna simplemente en un imposible.

Y eso es lo que sucede en un compromiso de reforma del estado, las fuerzas que quieren sacar adelante las propuestas deben estar muy convencidas de que no hay otro camino para que las cosas no empeoren; que no existe prácticamente ninguna opción. No como ha sucedido con lo que hizo en el país Salinas, que parece que en su momento sólo él estaba convencido y las fuerzas que lo apoyaron y lo secundaron, lo hicieron por disciplina política, pero fieles al origen de la línea nunca soltaron sus antiguos asideros.

El mismo Zedillo no hizo nada más allá, ni siquiera Fox del que se esperaban acrobacias mayores. Ninguno, ni sus equipos, hicieron algo para tratar de tomar el trapecio que venía a su encuentro algunos piensan que el artefacto ya pasó y se quedó en el aire fuera del alcance del trapecista, al vaivén de las fuerzas de la gravedad, haciendo irrepetible el ejercicio.

En gran parte estas reflexiones son razonables. En primer lugar, porque el camino de la reforma, parte de la base de que lo que se tenía como sistema de operación relativamente eficaz, sólo que al plantearse el salto a otro paradigma, el que se tenía ya no está en su sitio, ni tampoco puede ser el apoyo fundamental que soportaba el cuerpo del aparato político.

En segundo lugar y no menos importante es que una reforma mayor requiere de poder para su aplicación y el antiguo autoritarismo dotaba al sistema político de muchos de los mecanismos para realizar este y otros proyectos, lo que no quiere decir que en esas circunstancias estructurales de todas formas el grado de dificultad fuera muy alto

La última y mejor oportunidad para realizar la reforma del estado, históricamente fue cuando el nuevo régimen surgió en el 2000. En el momento en que las expectativas políticas alcanzaban su mayor nivel, y las confianzas se aglutinaban en el nuevo caudillo de la democracia, por una u otra razón tampoco se aprovechó la coyuntura excepcional y lo que hubiera sido el gran esquema de reingeniería participativa quedó en mecanismos de reclutamiento del servicio público y en el rebautizamiento de los programas populistas de la SEDESOL o del seguro popular.

Por eso la reforma mayor tiene puntos de semejanza con la revolución, porque sus consecuencias son mayores, no sólo en el ámbito de la administración pública sino en que sus determinaciones y/o acuerdos pactan situaciones cualitativamente distintas a las que imperaban. Si se quiere revertir el proceso iniciado jamás se podrá restaurar el sistema a las condiciones preexistentes.

Una vez dado el primer paso que es romper con los asideros y los apoyos del pasado, no hay más remedio que creer firmemente que no hubo equivocación, aunque esta sea la que impere en todas las respuestas a las interrogantes de sus fracasos.

Las premisas del cambio deben ser realmente aquilatadas, porque cuando se despega en el periplo de un sistema a otro, y se empiezan a acumular las inconsistencias, por lo peligroso que es para la seguridad de los dirigentes el conocimiento prematuro de una verdad, que no sea justificable. No queda mas remedio que recurrir a la inmensidad de falacias para sostener no ya un régimen político, sino una religión política, porque la masa, la gente, no les va perdonar no que les hayan mentido para hacer la mudanza, sino que les rompan el sueño que la mentira construyó, fantasía que se convierte en un trapecio dorado y que representa esperanzas colectivas, aunque sea solamente un espejismo en el abismo de la carpa. De ahí su peligrosa seducción y se prefiere, por defensa a las patologías sociales del desencanto, optar como popularmente dice la canción “mienteme más porque tu maldad me hace feliz”.

Por eso la revolución rusa, la cubana o la mexicana crearon sus mitos y sus tipos de desprogramación disfrazadas de una nueva educación revolucionaria. Para que la masa soportara las graves ineficiencias de concepción, diseño y operación de los sistemas del cambio, ese es el contexto en el que se ultimó al zar y su familia; se clausuraron las salidas de la isla del Caribe o se denostó hasta el cansancio a Porfirio Díaz, cuando su periodo experimentó un crecimiento económico jamás logrado y las bases de la infraestructura nacional, con los ferrocarriles, puertos, sistemas modernizantes que se volvieron a recuperar hasta después de más de 60 años.

La reforma del estado de esa manera trata de minimizar los costos, porque aunque surge como solución de una sistema con problemas de fondo, no todo se desecha y lo que es trascendental, pretende erigir sobre las bases jurídicas vigentes, una plataforma que además de actualizar los valores políticos les devuelve el peso que expresan en el entramado del presente.

viernes, 13 de abril de 2007

LA REFORMA DEL ESTADO MEXICANO II







EN principio se puede decir sin temor a equivocaciones que una reforma del estado es un asunto mayor y de ninguna manera una consecuencia lateral o un modo de respuesta parcial a
un problema de gobierno o de distribución de cargos.
Como su pretencioso nombre lo dice, se aspira a causar un cambio en la estructura y en los procesos del mismo estado; se desea por medios fundamentalmente pacíficos, -porque de otra manera sería una revolución- llegar a transformar la identidad de la asociación política por antonomasia. En pocas palabras una cirugía mayor que por su naturaleza pone en peligro la esencia y la seguridad general del aparato estatal y la estabilidad de la nación toda.

DE ahí el grado preocupante de un planteamiento a todas luces hiperambicioso y exultante de expectativas idealizadas, que se contraponen a las oscuras realidades en el entorno de dificultades y riesgos mayores apenas susurrados y más débilmente escuchados, que hacen desproporcionadas las diferencias entre lo mucho poco claro que se quiere; y lo poco que tan grave se asegura implica un gran y descomunal esfuerzo que adiciona la segura presencia de la incertidumbre de su éxito.
Y no porque vaya a parecer el argumento fundamento radical de la evasión del estímulo para los cambios necesarios o más a aún de los suficientes; sino porque el lanzamiento de un proyecto de dimensiones mayores, implica más que voluntades y recursos políticos, que por supuesto son indispensables, convocatorias de inclusión con bocetos avanzados de los intereses a trastornar y conocimientos puntuales de los hilos de la conducción de los poderes fácticos, en una experimental implantación de las mecánicas que los pudieran sustentar o dejar caer en la gravitación política, que hasta donde se equilibran, apoyan otros procesos que serían evaluados en su pertinencia o exclusión.
Y es por eso que se vuelve pretencioso el planteamiento senatorial, porque magnifica la acción política de los legisladores enarbolando la pobreza de un reduccionismo teórico y operacional, por encima siquiera de la valoración de las dimensiones y de los impactos, sus consecuencias; y el despliegue lógico de los riesgos. En pocas palabras de los alcances reales de la promoción de la reforma, no digamos todavía de sus crisis y desarrollos calculados de los conflictos.



Y eso hace reflexionar que por allí encontraron una frasecita que les gusto más que para esbozar un alcance en la naturaleza del estado mexicano, como para darle marco a un sucedáneo o un eufemismo ampulosa e incorrectamente aplicado, para llamarle de algún modo presumido reforma del estado, a lo que a lo mejor nada más es una reforma legislativa y si acaso alguna reformilla de modifique algunas palabras en el texto constitucional, como para decir que los pris todavía producen algo, cómo si las aberraciones paragubernamentales y las innovaciones del mundo administrativo de lo que no debió nunca existir, no hubieran sido aportaciones de los tecno-ácratas, del populismo republicano español o de las propuestas irreconciliables con la realidad extramuros del tecnológico de Massachusetts o de los cursos de la Ivy league, para liderazgos latinoamericanos.
REVOLUCIÓN: CAMBIOS EXCESIVOS CON VIOLENCIA.
PERO es necesario ir por partes para poder analizar lo que hasta aquí se ha afirmado o intentado ubicar en la esfera de su expresión epistemológica. Y por ello como premisa básica hay que señalar que es el fenómeno revolucionario no el reformista el que mayores transformaciones entraña en una conformación social y política de amplio espectro como es el estado.

ES por medio de este mecanismo explosivo que los de la movilización se van a hacer del poder que tenía la organización. La motivación que los unifica en tal propósito es la exclusión lógica de las incapacidades de las amplias decisiones societarias, lo que va a generar la coincidencia de las carencias involuntarias y las provocadas, que son puestas en una balanza del destino, confrontadas excluyentes, como Zeus a las vidas de Héctor y Aquiles. Lo que está en juego es un ajedréz letal que no admite soluciones sintéticas.

EN la revolución los elementos duales son imprescindibles, lo que fortalece la doctrina de los elucubradores que se autonombran dialécticos, ellos subsumen a la totalización de la comprensión maniquea el proceso de inicio a fin, de las luchas que en su descarnada expresión son de caracter fraticida.

PORQUE si los agitadores que se autonombran teóricos de las vendettas sociales, no despojan a los individuos de todo el entramado cultural y de las esencias multivalentes humanas, para implantar con impunidad las secuelas programadas odio-venganza; y la vulgar religión de la argumentación de lo material como presupuesto de la especulada autocreación humana; no tendrían sentido sus consignas, porque los contenidos revolucionarios son esencialmente distorsionadores y encubren lamentablemente la sumatoria de envidias, como base incipiente de la organización que se opone a la imperante, es decir la organización pretensa, nace con una inicial vinculación, que es el punto de las convergencias: la de la rabia por desposeer a los que tienen.

PORQUE si no fuera de esa manera, no tendrían éxito los conspiradores, ni se aceptarían los disfraces ideológicos que impulsan las formulas polarizantes, que juegan un papel similar al de las causas (reputadas por la propaganda), de sagradas por los totalitarismos.

LAS legitimaciones de las revoluciones van dirigidas a que se hagan inverosímiles ante la opinión pública, las fases del proceso de transmutación de los valores, que se inscriben en todo caso en su versión oficial, como los movimientos naturales a una conjunción progresiva que tendrían que dar por fuerza a ciertas deformaciones inherentes y en teoría inevitables, todas ellas destructivas. Las argumentaciones al mismo tiempo se muestran hasta diluidas en lo esencial del fenómeno, todo ello no se reconoce en el gran público, que en la realidad conforman el corazón de la operatividad política y los motivos principales de esa práctica política axiológicamente inconsecuente.

EL parangón que utiliza la violencia política sea revolucionaria o no, es de la misma modélica de la que se adopta en lo que fueron históricamente el comité de salud pública o la impronta de la solución total, ambos esquemas englobados en sendos razonamientos aparentemente distantes de las operaciones salvajes y precivilizatorias, pero mostrados idealmente como apelaciones políticas legítimas: los derechos humanos del hombre y el espacio vital, éste en el supuesto humanitario de una nación vencida, que se hacía de un punto de partida, alegando a la justicia mundial sus credenciales pangermánicas para no permitirse ser aniquilada por las limitaciones territoriales, entre otros factores caudas por errores políticos y militares.

EN el periplo revolucionario el trasunto se convierte en matemático: A sustituye a B, mediante la violencia únicamente; y por ello el entronizamiento del método como esencial que tiene como meta la corrosión social, con los objetivos preestablecidos de una red de sustituciones de roles de poder, que es es lo que va a definir la capacidad de hacer eficáz a la revolución.

LA interpretación moderna que alude a todo ese proceso de atrocidades básicamente proviene de los usos del lenguaje que los marxistas han abonado en tono superlativo cualitativamente, y muy a pesar de que se entiende la cimentación totalitaria como fin esencial del triunfo de los componentes tiranos de la revolución, la mayor parte de los analistas por tolerancia propia no por coincidencia aceptan mas o menos las mismas alocuciones a la revolución de la lucha de clases, como una supuesta idea lo suficientemente destructiva como para sumir en la pobreza a todos los sobrevivientes; y a la revolución burguesa como de alcances destructivos menos apocalípticos, para no romper en el mediano y largo plazo con el mercado que de todas maneras independientemente de los esfuerzos aniquilantes sigue tan campante como hace 500 años.

SE puede decir brevemente que estrictamente la palabra revolución nos exporta a la idea de la destrucción a plenitud de cualquier orden, no sólo el político, económico o social. Porque entrados en gastos, realmente lo revolucionario, se sustenta en una idea bizarra o equívoca, como lo demuestran exhaustivamente los troskistas. Es una acción cancerígena dolorosa total, anarquizante y por lo mismo diabólica, que tiene como fin que no exista la capacidad de gobierno del hombre, que por cualquier fisura que lo establezca, sea condenado el intento como producción burguesa o como cualquier cosa que se designe y que parezca antagónica de la extensiva acción del tipo más remoto de las bases más incipientes de la moralidad.
EN la revolución común, la del lenguaje politológico menos patológico, como se entenderá, los movilizados, por decirlo de alguna manera, le dan la vuelta a las condiciones del poder en una manera total, pero limitados (aunque esto es más que suficiente para causar daños irreversibles) en el orden de las riendas del proyecto sociopolítico y mejor dicho del que se refiere a los espacios de apropiación bajo el eufemismo que se quiera.

LOS revolucionarios por supuesto no traen proyecto, porque el único es el que opera mas allá de sus voluntades famélicas. Sus seguidores esperanzados en las fantasias que con sus promesas y dádivas les aleccionan en sueños extralógicos, suponen que traen bajo el brazo algo esbozado primariamente, pero el exámen más elemental de esas realidades cognitivas demuestran que a lo más que llegan es a una andrajosa interpretación puramente conflictiva como la marxista o todavía mas menesterosa, como la de los populistas mesiánicos de latinoamérica, que se aventuran a erigir un mundo nuevo a su real saber y entender, que dicho sea de paso es infame y criminalmente lastimoso, para sustituir con los fundamentos revolucionarios (es decir, nada concreto), lo que los otros, sus antecesores en posición apenas escalaban en mares de incomprensión cosmológica.

EL que se va a autodenominar proyecto revolucionario, se limita a una pieza de oratoria hecha y consumida por ignorantes ciertísimos como tales; no tiene asideros y sin los andamiajes megalómanos y complejos de los redentores sainsimoneanos del siglo XIX, premarxistas y super equívocos, pero simpáticamente ingenuos. No pueden interpretar el flujo de procesos políticos determinantes de la economía-mundo, tampoco pueden aproximarse al dominio de la sociedad del conocimiento en boga y con una creatividad poco entrenada en los avatares del voluntarismo occidental, sucumben repitiendo las mismas y desgastadas frases que aspiran a tener más que una orientación en el rumbo del estado, una pretensión que le tira a lo poético, por lo que procuran a los profesionales de la prosa y poesía, como ilustrativos de lo que quieren expresar en su paisaje discursivo florido y sentimentaloide, pero ultradistanciado de la realidad de la política del milenio.

LOS Castros y los Chavez son sujetos típicos de la especie, admirando hasta la idolatría al Gabo o a sus sudedáneos; a los pintorescos mimos de las plazuelas, que como jesusa rodriguez, son materia prima del entretenimiento barato, que sustituye planteamientos por parodias como forma permanente de lo que el Peje y sus corifeos llaman gobierno.
REDUCCIONISMO REVOLUCIONARIO
LOS revolucionarios todo lo remiten a un menú simplón, que significa el racionamiento de insumos de toda índole cultural, que incluye como plato principal y hasta de postre, una breve discursiva de auto redención social, que más que un programa de mediana perspectiva , se reduce a denostar lo muchísimo que se desconoce, dejando en descubierto que los pliegos no dejan el carácter de ser petitorios, esta vez condenados a ser mas insolubles por estar dirigidos a sí mismos.

LO que los revolucionarios propondrían por supuesto que no puede equiparse a algún intento serio por reacomodar a la sociedad . Sus limitaciones sólo son visibles por su directa proporcionalidad de protagonizar en los niveles de frustración, que obviamente en una dinámica de poder va a engendrar un relanzamiento radical por arrebatar cada vez más el control de la organización, en la espiral propia de las alcoholizaciones políticas colectivas.

LOS así llamados radicales tienen que encontrar enemigos por todos lados para justificar los extremismos del uso intensivo de los medios violentos, como no encuentran las respuestas simplistas que se imaginaban y no entienden la lógica de los prodedimeientos subsidiadas de los modelos mayores del poder mundial se vuelcan a establecer una verborrea contra todo lo establecido, dado que los laberintos de la juricidad les impiden encuentrar los nexos de la apropiación legitima.

EN el papel de autentificar sus liderazgo optan por corroer hasta lo posible cada uno de los descubrimientos de los fundamentos del poder precedente. El fin que es convertirse llanamente en los sustitutos posicionales del poder y sólo eso, como única validación personal, se va a transformar en el único objeto de la vida y el deambular pidiendo ser reconocidos hace que la obstinación sea la materia de su doctrina política.

POR eso los López Obradores tratan a toda costa de trastocar cualquier indicio de institucionalidad que rechazan a priori, sin conocimiento expecífico de su origen, auge e inoperatividad y con la fòrmula de mandar al diablo toda institución, pretenden borrar el juicio de la historia porque lo que se dice del juicio social, se muestra salpicado de mentiras que ellos en su autocrítica señalan como inexactitudes. Pero eso no es exclusivo de los lideres tropicales, sino es común y procede de todos los revolucionarios que observan cómo exclusiva línea programática una mecánica que aduce hasta el cansancio la retórica de la pobreza, de lo popular o de cualquier efecto enervante que suponga la reinterpretación de la historia de la nueva ignorancia, que ya quiere estar en el poder y para lo cual requiere una reconformación de las versiones de los juicios, que aspiran a borrar las evidencias de la envidia criminal socializada.

PERO afortunadamente hacerse del poder y convertirse en revolución triunfante muy pocas veces se produce en la historia. Una de ellas, como Acroft señala, fue la que se dio en México, que nació bajo el efecto de la movilización que se volvió triunfante causada por el proyecto geopolítico de una estructuración hemisférica.

SU estudio y reinterpretación de las dinámicas dirigidas del poder mundial por desmovilizar en cada etapa las alianzas que preconizaron las amenazas a lo constituido, formarían parte de el argumento que subyace de la incomprensión del proyecto de la reforma mexicana del estado...


sigue la Reforma del Estado III…

martes, 3 de abril de 2007

LA REFORMA DEL ESTADO MEXICANO (I)


La reforma del estado se ha convertido prácticamente en una obligación y en un tema que se traduce ineludible para que puedan discutir los legisladores mexicanos acerca del esquema del gobierno ideal que elaborarán, si acaso, al aspirar articular una pretensión incluyente desde algún tipo de nivel mental de su variopinta integración.

Paradójicamente, a los promotores priístas y de los partidos que como ellos, no logran entender los posibles cambios en un umbral desconocido, el tema de la reforma estatal les embarga, por así decirlo, con un odio feroz a todo concepto que los ligue a la democracia y/o sus derivados. Para ellos, la peor peste exterminadora de sus fundamentos y criterios de discrecionalidad y la pérdida de su prototipo de autoritarismo, es, ha sido y será la democracia. Eso no significa que extramuros (como toda secta) expresen lo contrario y las loas a la democracia que no conocen ni por definición, sea el sustento de los panegíricos populacheros.

Por lo que el interés de hacer aplicables sistémicamente los paradigmas reformistas, no se hace creíble, viniendo de quienes vienen los planteamientos de volver obligatorio el debate. Mostrándose inocultable que lo que se quiere tratar tiene doble o triple fondo; y el develar los intereses enmarañados, ya de entrada, presenta una modalidad más o menos novedosa en el arte de descalificar a lo que se supone, se pretende defender o erigir.

La premisa por la que opera el carácter legal de hacerse de discursos y una propuesta final, indica que la reforma del estado mucho antes de nacer; ya adquirió por méritos de sus promotores, toda la desconfianza política posible. 


De hecho no hay nada más que abonarle en la materia de abundar en el desprestigio, porque cuando interviene el PRI y endosa una ley como prerrequisito, está forzando las cosas para que salga cualquier mamarracho y se tenga que aprobar; porque de no ser así, queda en entredicho el legislativo, sus sueldos y comisiones, canonjías y actitudes sobradas.

El problema es que ahora no se sabe cuál es la sustancia de lo que se propone o de lo que se presume es constructivo y que parte es la que ocupa el espacio de la trampa nauseabunda.
En ese mar de inconsistencias se ratifican las dudas y como si fuera poco, aparecen en la prensa escrita las declaraciones de Beltrones el autor de la iniciativa, reconociendo que el PRI está desprestigiado... 


Una muy oportuna declaración, para aquéllos trasnochados que no lo sabían, que sumada al anuncio de una auditoria de la Sra. Paredes, sobre el destino de mil millones de gasto de campaña, nos remite a las prácticas recurrentes de desorden y corrupción del otrora partido invencible.


Pero lo de la reforma política no se sabe tampoco si es para reír o llorar, porque para colmo, aún los propios defensores del antiguo y decadente régimen, entienden que el país está en un callejón sin salida, en una encrucijada que hay que resolver pronto, porque todos los dogmas del nacionalismo revolucionario se están desmoronando y no queda nada en pié de lo que por setenta años vendieron en una briaga política descomunal, en la que se fueron al caño de la demagogia miles de millones de dólares.

Pero antes de seguir con este discurso nada propositivo que mueve a la inacción como forma de retardar los riesgos, primero se tiene que sopesar, la capacidad de protagonizar asumiendo las responabilidades inherentes.




Hay que saber si en verdad hay algún hombre entendido, que se atreva con toda la extensión, a darle la cara a un Diógenes de nuestro tiempo, que con su lámpara y paciencia casi agotadas, solicita que antes de querer estelarizar en la impronta de la redención social, se deben ponderar los costos de manera integral y no cómo se hace con las premisas de las economías clásicas, que en su falacia, presuponen que todo es inagotable incluyendo las riquezas de las naciones.

Porque del análisis de los costos y la evaluación de los daños que causan las ocurrencias benefactoras hechas gobierno, surgen el tipo de alegatos que a muchos de los politiquillos de la burocracia tricolor cuando encabezaban las nóminas de la farsa administrativa, no los dejaba dormir, porque cuando veían los dos lados, el amable y el de pagar facturas, caían en cuenta con todas sus letras, de la verdad de los profundos fracasos de la llamada revolución y de la miseria apologética que pretendía ocultarlos.

Por eso lo que se pagaba tenía que ver con la habilidad por aparentar una simulación de excelencias en dramatización; y los burócratas cercanos, no tenían más remedio que recurrir en carácter de empastillados a afrontar las confusiones, que siendo sólo verdades llanas, los aterrorizaban, y no a todos, porque el conglomerado de jefes se hacía cínico, cómo profesión de fe política, sino a los pocos que todavía les quedaba un leve de moralilla, hoy en desuso y prácticamente inexistente, porque había que hacer como si nada hubiera ocurrido, para evitar cuestionamientos de conciencia.
Pero lo que se trata no es recordar sino replantear la jugada de la reforma del estado, que cómo se ha intentado decir, revela que a falta de generosidad legislativa y en carencia total de proyectos ejecutivos, los mexicanos nuevamente vamos a ser lanzados a un macro desengaño más, producto de la cultura inveterada idolátrica que le destina todo bien a lo inexistente o a lo intrascendente; para que después de la decepción, caer en una depresión gregaria que llena antros y cantinas, al borde de las insatisfacciones de suyo preestablecidas.

Pues en ese ciclo de lamentaciones y no en ningún otro, aunque pronto llamen a los académicos y los grupos que se alquilan como el Nexos, para darles legitimación, es donde se inscribe la reforma del estado, que con un atrevimiento, a todas luces, ese sí excepcional, le da un carácter de rigor obligatorio, a la capacidad de los legisladores de pensar a fuerzas, de entrar en un trance de negociar, dicen, el nuevo México, no, y por supuesto que la referencia no es a Nuevo México, el de Richardson- porque ya tiene dueño-, ese jirón gigante, por cierto como recordatorio histórico que hace mucho fue desligado también contra su voluntad, de la mar de inconsecuencias del sistema de la lucha del poder mexicano, que no de la política mexicana que no acaba de existir con plenitud.

Ese nuevo modelo que saldrá según los pris de la cabeza de los legisladores, es el que hipotéticamente va a operar en la nación y en ese orden de balandronadas, la puntada ha llegado hasta la temeridad de autocargar con esa responsabilidad legalmente. La demostración unánime fue la votación en el senado.

Aún cuando realmente si son sinceros, (lo que es imposible y contrario a la naturaleza de los escañeros), revelarían que las coincidencias de las camarillas multipartidistas se centran en quitarle poder al presidente, que es lo que subyace en el fondo, y que por lo mismo, explica la eficacia del nodo de cohesión de los irreconciliables.

Esa responsabilidad, que dirían patrióticamente, se impusieron, al grado de que no podrán escaparse, resulta chusca como en el cuento de primaria, que alude al poeta laudatorio de Santana, González Bocanegra, a quién tuvo dicen, que encerrar su mujer para obligarlo a sacar algo, y así obtener descanso en su alma casi improductiva. Eso se afirma porque en resultados legislativos no se puede hablar de honrosas excepciones, si acaso de figuras aisladas, porque los que manejan los panderos, ni son honrosos, ni han hecho aportaciones excepcionales. De los demás, los que a ciencia cierta no saben que hacen ahí, sólo asoma el destino de las disciplinas forzadas, propias de los sistemas no deliberantes.

RESTARLE PODER AL PRESIDENTE.HASTA AHORA, ÚNICO OBJETIVO

Entonces, es cuando surgen las interrogantes y después de la votación de los senadores ha emergido el debate en los cafés, para nada en la pasillada institucional, el comentario de la remembranza de a toro pasado, o la clásica anécdota de tapar el pozo con los cadáveres de los niños adentro, y es en ese contexto que amanece la duda bien justificada de la autenticidad de la bonhomía del famoso acuerdo, el casi unánime, tanto de raro y extraño, que hasta se dieron cuenta en Los Pinos, que lo que se fraguaba era quitarles lo poquísimo que les dejó Fox que verdad sea dicha a su vez, desmanteló Zedillo, que con el pretexto de una causa superior, aparentemente dotar al país de una ingeniería vendida cómo de alta eficacia, en la misma escala mercadológica como se han ofertado muchísimos autoproclamados proyectos innovatorios, lo que se jugaba era reducir más, el elegantemente definido margen de maniobra del ejecutivo.

Con esos pretextos le quitarían al presidente más la capacidad de formular nombramientos, le impondrían un primer ministro, un canciller de hierro, único con dobles atribuciones, ejecutivas y legislativas, para hacer realidad el sueño de Reyes Heroles, de Muñoz Ledo, de Manuel Bartlett y devenido en pobreza icónica con Santiago Creel.

Un jefe de gobierno que junto con la imovilización masiva de burócratas de medio pelo, que se llama servicio profesional de carrera, permita con amplitud que ya no se haga absolutamente nada, que todo se aparente y que lo único permisible sea seguir los designios que han maracado los seudo técnicos de los mapas mentales del pasado reciente, los contadores públicos de Ramón Aguirre con sus contralorías repetitivas e inútiles y los administrativos expertos en sobregestión interna, todos ellos ejércitos certificados en la simulación mas legitimada y hasta legítima con carácter de ley ni más ni menos...

Y así fue hasta que se evidenció que era la única reforma que pegaba, que les cayó el veinte, de lo que los senadores se frotaban entre manos y realmente algo pasó que se salvaron, porque aunque la jugada en contra prosperaba por la linea ligera; de todas maneras estaban inermes, porque en realidad no veían toda la malicia de los Monreales y de otros profesionales del embarque, para concientizarse de que la pretensión, no siendo ellos los del mando, era de que México, se sumiera en la peor de las rebanes anarquizantes, de los que tienen experiencia de sobra y que para muestra habría que ver, los que le fabrican todos los días a Amalia García, la hija del cacique priísta zacatecano hoy fémina prócer de la izquierda -palabra que por definición implica la acción bondadosa de repartir lo ajeno-… (sigue la rerforma II )