domingo, 6 de mayo de 2007

LA GOBERNABILIDAD PERDIDA







Las voces del pasado piensan que la gobernabilidad puede encontrarse en la reestructuración del poder perdido, en sus nostálgicos y frustrados sueños políticos, aducen que es una decisión de la voluntad de los gobernantes recuperar el sentido del orden y que las fórmulas de la astucia que se asocian a las operaciones del mando, son los ingredientes exclusivos para que todo vuelva a normalidad.

Nada más alejado de la realidad puede ser pretender encontrar en los vestigios de un sistema en descomposición e inexistente operativamente los fundamentos de la reconstrucción nacional; por lo que propugnar por una estrategia regresiva de esa índole para rearmar las fórmulas desgastadas del sistema premilenario es poco menos que imposible. El tiempo que es el factor indispensable que integra junto con los hechos, la historia, desmiente tales falacias que intentan hacer retroceder un proceso andado o mal andado pero en movimiento que es la democracia.

El sistema autoritario que los redentores del caos sugieren como solución era uno que ahora en su carácter de promotores de lo vetusto, sólo conocieron en sus beneficios personales; uno que operaron parcialmente con la mayor parte de las herramientas que utilizan las dictaduras, las de la arbitrariedad y de la genuflexión a los caprichos irreflexivos de los autócratas. Pero en todo caso un sistema del que no dan cuenta de su diseño y operación global.

Para entrar en materia hay que definir por principio que la autonombrada clase política mexicana que dominó el país era una mezcla de burocracias con un solo jefe, una pirámide manufacturada a partir del surgimiento del sistema político que se pactó después de la purga a Obregón. Sus modificaciones y su esencia desmovilizadora de la política y de la sociedad mexicana, únicamente la comprenden los defensores del pasado en el contexto de la desinformación, que hoy por hoy conforma las entrañas de la historia oficial, la versión ficticia que el mismo sistema creó con sumo cuidado y preservando el efecto manipulador del largo plazo, a través de mitos, exageraciones, verdades a medias, muchas lagunas, silencios de lo esencial y omisiones de las verdaderas motivaciones que explicaran los hechos o sus consecuencias.

La ignorancia social maestra de la práctica reiterada de acumular seguidores persistentes en el esfuerzo por desposeer conciencias, ha sido la divisa mental inexpresable que ha guiado a los pretendidamente políticos de las camarillas del pasado para insistir en que la democracia ya fracasó y que antes bajo la era del paternalismo-populismo-empequeñecedor se vivía mejor, sin sobresaltos, sin narcoviolencia y sin paros locos que desquician la vida cotidiana.

En la tenebra antes terreno monopólico de la insidia conspirativa, los viejos priístas y sus corifeos rumian sus consignas para regresar al mundo de la impunidad que tantas satisfacciones les ha dejado; un espacio de abuso sin límite, con todos los excesos, un lugar sagrado donde no se tenía que rendir cuentas a nadie, únicamente al jefe, al burócrata del escalafón superior inmediato, que literalmente podía disponer de la vida de sus subordinados y todos en conjunto, coincidían en el culto al demiurgo del poder nacional: al presidente, que por sus atributos metahumanos sobredeterminada las vidas privadas y toda la religión elaborada para dar coherencia al ejercicio público, que no encontraba compatibilidad con las reglas y el quehacer cotidiano.

Olvidan quienes escuchan los cantos de sirenas y fomentan la alianza con el pretérito, que la divisa del poder priísta era vulnerar consuetudinariamente el régimen de libertades que decía enarbolar. Que no había opciones para el ejercicio político fuera del PRI, que las represalias por pensar de manera crítica eran el descrédito y el obstáculo para el ascenso justo; que cualquier propuesta para reformar el sistema en menoscabo de los privilegios adquiridos o por adquirir, era juzgada como insanía mental; el esfuerzo y el talento sólo adquirían valor cuando el padrinazgo así lo determinaba: con obviedad en el parámetro de la despersonalización.




En el sistema que muchos añoran no había individuos, todos absolutamente todos los que participaban, eran identificados por su pertenencia al grupo, pero más que eso, como posesión de las camarillas, la de Don Fidel, la de Don Fernando o la de Don Luis. A los que participaban se les mimetizaba como gente del burócrata sobresaliente (por su cercanía al demiurgo), y por una lógica supina se les demandaba fidelidad perruna, lo que además se exigía fuera proclamado; porque había que dar muestras permanentes de ser y parecer, so pena de no existir en el mapa de las ubicaciones de las ventajas colaterales del sistema, que en los últimos años se convirtieron en la principal fuente de disputas.

Lo más que podían aspirar los de tímidas independencias era que se les asignara un papel en las crisis, como elementos preconcebidos de desecho para los trabajos de riesgo; incluso para aquéllos que se relacionaban con lo que directa y propiamente era gobernar, verbo, que por cierto, tenía otras acepciones, algunas inverosímiles, lejanas a la verdadera, por lo que se llegó a decir que gobernar era poblar, en una suerte forzada de jugar con los elementos de la teoría estado de Kelsen, para confluir con el pretexto de justificar la numerosa familia de Echeverría.

Gobernar en su sentido prístino: premiar al que bien hace y castigar al que mal hace, no se consideraba y todavía no se considera, un oficio reputado, los que se metían en esa especie desprestigiada por los vivillos, corrían la suerte de los tipos incómodos y políticamente incorrectos.

Gobernar más bien era una de las habilidades públicas que conceptualmente, cobraba expresión a nivel de la enciclopedia priísta de las cosas que nunca existieron; castigar a los malhechores o sancionar la corrupción era una torpeza en esa lógica bizarra en boga. Y cuando a juicio de la cúspide había la extrema necesidad de hacerlo, el sujeto que se prestaba a su ejercicio con debida legalidad, caía a los sótanos de los políticamente marginados, porque la práctica se calificaba como trabajo sucio.
Así los tontos útiles tenían socarronamente la fortuna de jugar la ruleta rusa de someter levantiscos sin corromperles; resolver situaciones conflictivas sin atribuciones y negociar lo innegociable, el mérito no tenía inscripción en lo institucional, se manejaba todo en corto, como si fuesen favores especiales para ganar la confianza de los jefes; por si fuera poco, los utilizados eran conminados mecánicamente a no mencionar sus aciertos y si acaso obtenían el éxito a pesar de las adversidades, el fuego amigo les denostaba hasta la burla, que castigaba acremente la creencia en el buen gobierno. De este modo se reducía el número de espontáneos y se instauraba el clima para que desistieran de una experiencia reservada para los ingenuos y para que los atrevidos perdieran las escasas oportunidades que no interesaban a la corte o los cómplices.

Esas conductas del viejo sistema lo distanciaron insalvablemente del gobierno, del verdadero sentido de gobernar. Para los filósofos del régimen caído, para los analistas televisivos el verdadero político debía dar, ser generoso con la masa, hacer derroche de lo que no era suyo, inventar planes y programas, para que en la dinámica de las ocurrencias surgieran acuerdos, convenios, contratos y leyes, hasta artículos constitucionales, dependencias y clientelas que ahora son un dolor de cabeza, y que sólo pueden explicarse en el mundo fantástico del derroche y del endeudamiento.

Lo que realmente estaba en disputa para los efebos del priismo: eran las oficinas de las dádivas institucionales, los despachos bien remunerados como los de las empresas públicas o la banca oficial y tantas dependencias inútiles que sin sobresaltos, con alguna actividad adjetiva o de apoyo entronizaban el procedimiento repetitivo.

El corporativismo era intocable, los señores feudales del sindicalismo y los empresarios favorecidos, salían de los parámetros vulgares de la ley. Los izquierdistas por el conjuro de autonombrarse como tales, eran objeto de mimos para buscar que fueran incorporados a algún nicho sagrado de la cultura improductiva; con paciencia se fincaba la esperanza que los reticentes o sus familiares cayeran en desgracia delictiva para que el poder verticalizado mostrara su chantaje envuelto en generosidad.

Los últimos años del priísmo fueron un constante brío por pervertir el concepto de gobierno, se premiaba al que mal hacía y se castigaba al ciudadano que cumplía con sus responsabilidades. De hecho la impronta tergiversada continúa por esa pendiente inmoral.

Los ciudadanos que pagan impuestos que respetan las disposiciones, los que pretenden para sus hijos clases diarias y se esfuerzan por pagar sistemas privados con orden elemental, los que no piden dádivas, los que asumen sus cargos en las mesas electorales, los que creen que el trabajo es el medio para resolver las necesidades cotidianas son los que cargan con el peso y con los costos del sistema que les otorga con su desdén y desconsideración política, diariamente un certificado de tontos.

Millones de mexicanos son tratados de esa manera injusta por los burócratas que organizan el ambulantaje fuente de inmensas corrupciones; la evasión de impuestos de corporativistas y empresarios listos; a los monopolistas que sujetan a sus reglas las libertades ciudadanas; a los narcotraficantes y pederastas, a los líderes de la simulación del asistencialismo público y a los sindicatos intransigentes apoderados de la luz o la educación, quienes son premiados por muchas autoridades a través de canonjías, cargos, exenciones, atenciones y admiración.

Por eso y no por otra cosa, se perdió la gobernabilidad y no se puede encontrar...


Sigue la Gobernabilidad perdida II

1 comentario:

Priscila Ramírez dijo...

Definitivamente, es una descripción exacta de lo que los priistas creen sobre la gobernabilidad; lamentablemente en nuestro México actual aun falta mucho por desarrollar sobre la democracía faltan instituciones seguras con funcionarios CAPACITADOS para ejercer sus funciones, muchos de ellos creen que se sigue el mismo sistema antiguo (PRI), y eso hace que no haya credibilidad en las instituciones gubernamentales; incluso generaciones jovenes creen firmemente en la idea de papi-gobierno, ya que el gobierno del cambio no ha logrado transmitir el concepto de gobernabilidad, por que?, simplemente porque ellos no tienen ni la mas remota idea de como hacerlo. Es una verdadera lástima que nuestro actual gobierno se perciba inestable en toda su estructura creando nuevamente figuras como "seguro popular" y otras que son claros ejemplos del pasado y no han logrado arrancar el problema de raíz por ello siguen tolerando a todos aquellos "ciudadanos" que no son dignos de hacerse llamar asi, y solo se convierten en fortalezas negativas para el crecimiento del país.